La Telaraña en
El Mundo.
El martes pasado les hablé de los pactos, de sus íntimas razones
y su armazón, esa columna vertebral que todo lo aguanta, aunque sea a pedazos,
retales, rotos. Pienso en una escultura de
Calder
o en un puente en ruinas de
Calatrava.
Voy de un extremo al otro y regreso. Me quedo pensando en el cadáver exquisito
que somos y del que sólo nos libra alguna que otra sonrisa antropológica, la
sonrisa del desencanto o la inteligencia, la sonrisa del gato de
Cheshire, por ejemplo: ya no estamos
nosotros ni está el felino, sólo resta en al aire una amplia sonrisa, la
anónima sonrisa de todos.
Vislumbramos, pues, lo más humano, cómico o trágico, de los
pactos. Su ejecución a cara descubierta y sin más argumentos en la mano de los
tahúres que una baraja de flores. En ese baile de máscaras se mezclan los
números y conceptos, las fobias y filias, la siempre manipulable opinión de los
electores. ¿Qué querremos nosotros, en fin, que los políticos dicen conocer y
haber asumido?
En las islas, el panorama pinta mal para todos, aunque peor para
unos que para otros. Bauzá, por
ejemplo, ha comprendido que su continuidad (a las duras y a las maduras, como
repetía, sin pestañear, el domingo por la noche) no tenía ningún sentido.
Cuando llega la hora de irse hay que marcharse, sin que se nos note el pánico. Armengol, en cambio, no parece haber entendido
que su largo historial de alianzas con la ciénaga de la corrupción la ha inutilizado
cara a un futuro que se desea regenerador y hasta brillante. Pese a lo que
resulte de los pactos, claro.
Etiquetas: Artículos
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