LA TELARAÑA: El gato de Cheshire

viernes, mayo 29

El gato de Cheshire


La Telaraña en El Mundo.

 El martes pasado les hablé de los pactos, de sus íntimas razones y su armazón, esa columna vertebral que todo lo aguanta, aunque sea a pedazos, retales, rotos. Pienso en una escultura de Calder o en un puente en ruinas de Calatrava. Voy de un extremo al otro y regreso. Me quedo pensando en el cadáver exquisito que somos y del que sólo nos libra alguna que otra sonrisa antropológica, la sonrisa del desencanto o la inteligencia, la sonrisa del gato de Cheshire, por ejemplo: ya no estamos nosotros ni está el felino, sólo resta en al aire una amplia sonrisa, la anónima sonrisa de todos.
 Vislumbramos, pues, lo más humano, cómico o trágico, de los pactos. Su ejecución a cara descubierta y sin más argumentos en la mano de los tahúres que una baraja de flores. En ese baile de máscaras se mezclan los números y conceptos, las fobias y filias, la siempre manipulable opinión de los electores. ¿Qué querremos nosotros, en fin, que los políticos dicen conocer y haber asumido?
 En las islas, el panorama pinta mal para todos, aunque peor para unos que para otros. Bauzá, por ejemplo, ha comprendido que su continuidad (a las duras y a las maduras, como repetía, sin pestañear, el domingo por la noche) no tenía ningún sentido. Cuando llega la hora de irse hay que marcharse, sin que se nos note el pánico. Armengol, en cambio, no parece haber entendido que su largo historial de alianzas con la ciénaga de la corrupción la ha inutilizado cara a un futuro que se desea regenerador y hasta brillante. Pese a lo que resulte de los pactos, claro.

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