No sé muy bien qué significa ser normal o no serlo y ser,
entonces, otra cosa; supongo que anormal, por así decirlo. Tendré que
preguntárselo a Alberto Jarabo y a
esa hipotética gente normal a la que encarna o dice encarnar. Leo una larga
frase que la agencia Efe pone en su boca y casi que la silabeo con delectación
sin intentar, por si acaso, deglutirla del todo. Tampoco quiero atragantarme.
Dice o dicen que dice, porque podría ser una mala traducción del catalán:
"Queremos un acuerdo de programa que nos debe convencer a todos y no un
reparto de sillas, ya que somos gente normal que defiende a la gente normal en
las instituciones más allá de a un partido".
Me queda claro, pues, que la gente normal, según Jarabo y el
doctrinario de Podemos, es la que crea un partido para defender a la gente
normal y no a ese mismo partido. El viaje dialéctico no es muy sutil ni prolijo,
sino todo lo contrario. Planea la dualidad conceptual del bien y el mal por
entre las instituciones y los viejos conceptos de clase, ahora reconvertidos y
simplificados hasta la caricatura. Viva la gente normal. Abajo la casta
partidista, liberticida, burócrata, qué sé yo.
Mientras tanto, observo el desolador panorama post electoral
y, más allá de las secuelas apocalípticas del harapiento Mad Max, me quedo con la obviedad de que si, por ley, gobernase
siempre el partido más votado nos ahorraríamos el denigrante espectáculo de estos
pactos matemáticos entre perdedores más o menos ilustres y, tal vez, normales.
Aunque eso es algo que nunca se sabe.
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