Puede que el poder, así en abstracto, sea algo intangible.
Una luz que nos proyecta contra el telón de los sueños o el muro de la
realidad. Puede que el poder, así en abstracto, no sea más que un reparto de
cargos, compromisos y retribuciones, una letanía moral sobre nuestros hábitos
de comportamiento, la ancestral manera con que deshacemos los nudos de la vida
o nos enredamos en ellos.
La luz y los taquígrafos iban a dar paso, según el risueño Alberto Jarabo, a la minuciosa
retransmisión en directo de las tortuosas, fidelísimas negociaciones de los
pactos postelectorales. No ha sido así, pero tanto da. Es un alivio constatar
que, para lo que hay que transmitir, ya les vale con Twitter y su mensajería
ortopédica, su ortografía de urgencias y sus corolarios bajo mínimos. No
queremos contagiarnos del estupor estoico de Armengol ante la prepotencia de Podemos. No queremos que nos venza
la incredulidad de Biel Barceló ante
la voluble teoría de las castas y el sí, pero no, transversal y ambiguo de los
que buscan la ubicuidad ante todo.
Pero así están las cosas. PSIB, Més y Podemos (o Som Palma,
según corresponda) juegan a entenderse como si no fueran a hacerlo. Sus medidas
de “coste cero” nos alegran, porque sería un crimen que nos tuviera que costar
dinero convertir Palma, por ejemplo, en una ciudad antitaurina o en un paraíso
del turismo gay. Nada menos. Ahora recuerdo que la única vez que estuve en nuestra
Plaza de Toros fue cuando un mitin de Felipe
González en pro de la OTAN. Hay que ver cómo cambian los tiempos.
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