No sé si dos medio alcaldes y un portavoz, que ya ha
dimitido y se reconvertirá en primer teniente de alcalde o lo que las sucesivas
asambleas de la marca Podemos vayan exigiendo, componen un paisaje consistorial
a la altura de lo que una ciudad como Palma (de Mallorca, claro) necesita. El
pacto entre PSIB, Més y Som Palma se ha revelado como un puzle donde lo esencial,
más allá de los cortocircuitos ideológicos, ha sido marcar el territorio con
los propios orines. Cómo humean, cómo hieden. No sé si nos merecemos esta
izquierda y este nacionalismo de pandereta.
Pero soy muy escéptico con las necesidades de las ciudades;
sólo se trata, tal vez, de saber ordenar con un punto de humor y sentido común el
tráfico y también las vistas, la línea difusa del horizonte recortada contra el
mar y la marea de la especulación o la ineptitud, el grumo viandante de
turistas y lugareños que surcan el cielo y el infierno que son todas las urbes
y también Palma. Cómo no.
Queda, sin embargo, lo más difícil. Saber driblarle el mal
aliento a la crisis y, a la vez, aprovechar la inercia cuando el viento sople a
favor de todos y lo mejor sea no intervenir, no molestar, y en esa dejación (en
esa filosofía de burdel, ayuntamiento y civismo) encontrar el mejor y casi que
el único antídoto contra las obsesiones ideológicas que dan en sacrificar el
aquí y ahora de la existencia por los planes tribales de la lengua única, el
tatuaje de las señas de identidad, la marca vergonzosa de la inteligencia, la
educación y la libertad masacradas.
Etiquetas: Artículos
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