Abro una ventana de YouTube en una esquina del monitor, no
al clamor impreciso del aire libre, sino a la irreal y solemne sesión de
investidura de Francina Armengol
como nueva presidenta del Govern, y dejo que me invada su primer discurso, ávido
de transparencias y atestado, en cambio, de tópicos, su catálogo de
servidumbres puramente retóricas, su precaria exhibición de prioridades y
retos, su desordenado cúmulo de fábulas, consignas y mitos, su funambulismo de
fe ensortijada en un par solitario de conceptos y un abigarrado frente común.
Quiere ser, viene a decir o dice, la presidenta de la gente
del pueblo o algo así de trascendental y decisivo, mientras sobre la frente le
cae en cascada, vertical y ruidosa, el flequillo lacio, limpio y hasta recién
peinado. Cita a Espriu y concluye.
Comienzan los aplausos escépticos, indiferentes o apasionados de la cámara y se
hace, poco a poco, el silencio. Siempre se acaba haciendo el silencio.
Regreso, pues, a la hoja en blanco y la miro con fijeza y
ternura. Se trata de entreverle las entrañas y las costuras a una realidad
general que parece andar bastante desenfocada. Hoy (por ayer) los bancos cerraron
en Grecia, pero el drama griego es también la tragedia de Europa y nuestro
fracaso. Es lo que tiene convertir las ágoras, donde filosofar era una forma de
vida, en grotescas tertulias televisivas alrededor de la corrupción y el
fariseísmo. Me da que habría que hacer algo realmente bueno con este paraíso efímero
de la existencia antes de que nos expulsen. Vaya que sí.
Etiquetas: Artículos
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