Pasan los días y las noches y no hay forma de evitar que la ola
de calor se convierta, casi, en un modo de vida. No es de extrañar, pues, que
en casa no dejemos de abrir ventanales, galerías y hasta ventanucos virtuales que
no conducen a ninguna parte, en busca del lugar donde se arremolinan todos los
vientos. En esa privilegiada encrucijada nos acabamos instalando, aunque nos
cueste respirar. Estiramos los brazos, mientras tanto, como si fuéramos los
espantapájaros de un desierto de dunas, sol y espejismos. Muchos espejismos nos
rodean, en efecto.
Pero hay una ciudad ahí afuera y no conviene perderla de
vista, no sea que nos la cambien o mutilen. Aurora Jhardi, por ejemplo, no tiene reparo alguno en inaugurar su
labor como teniente de alcalde en Cort con la promesa o con la amenaza de limpiar
el Paseo del Borne de terrazas y devolverlo así, según nos afirma, a la
ciudadanía.
No sé cómo auscultan, estos ilustrados de nuevo cuño, las
relaciones que se establecen entre una ciudad y sus moradores. No sé si saben
de los carruajes de niebla, de los serenos fantasmales y sus manojos de llaves maestras
e incandescentes. Hago memoria y, al igual que recuerdo un Borne repleto de
bares, restaurantes y terrazas (Miami, Antonio, Baleares, Yate Ritz y los adyacentes
Granja Reus o Formentor), también recuerdo un Borne, inmediatamente anterior al
actual, donde los únicos que campaban a sus anchas eran las ruidosas bandas del
monopatín o el skate. Igual es esa la
participación ciudadana que conoce y añora Jhardi.
Etiquetas: Artículos
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