La Telaraña en
El Mundo.
Está bien. Grecia vota no y sólo podemos encogernos de
hombros y mirar hacia adelante. El paisaje parece resquebrajarse en mil
pedazos, que no acertamos a vislumbrar con claridad porque una densa polvareda
nos lo impide. No es la hora, sin embargo, de dejarse llevar por el pánico,
pese al revuelo insoportable de las ruidosas alarmas; esas grietas existieron
siempre y llevamos siglos respirando esa asfixiante humareda.
No es la hora, tampoco, de hacerle el juego a la euforia tuitera
de Nicolás Maduro, Marine Le Pen o Pablo Iglesias. Su alegría nos importa poco. Los extremos del
abanico se pliegan igual que se despliegan, pero hace un calor horrible y casi
que lo único que vale es que corra el aire, que despeje el olor a cloaca, que
clarifique este cónclave de acreedores y deudores que no parecen negociar sino
retorcidas posturas retóricas y políticas. Hay que pagar. Hay que cobrar. O
mandarlo todo a la mierda.
No obstante, reconozcámoslo. Propinarle un simbólico zas en
toda la boca a la mismísima troika puede resultar muy gratificante. Lo malo es
acostarse con ese grito de aniñada felicidad en el rostro y levantarse con una
resaca de siglos. Hay que dejar atrás la bruma virtual del referéndum y afrontar
la semana con la suficiente entereza como para mirarle los colmillos a la
realidad de los días eternos del corralito y las negociaciones gélidas al filo del
abismo, el previsible, casi inevitable, desahucio de Europa y sus
instituciones, de Europa y su fuliginoso futuro. Su moneda de humo y sus ruinas
griegas.
Etiquetas: Artículos
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