La falta de autoridad, no sé si moral o política, del desnortado
gobierno del PP, durante la pasada legislatura, ha convertido a varios
funcionarios públicos (a los que solemos llamar docentes, sin saber muy bien
por qué) en pequeños héroes de andar por casa. De andar por la media casa,
entre nacionalista e iconoclasta, que nos gobierna y que ya ha empezado a
ponerles en el lugar que les corresponde; es decir, bajo palio del escaparate solemne
de la lengua única. ¿Dónde si no?
Así, por ejemplo, Jaume
March, que fuera expedientado de mentirijillas, ya digo, por la desidia del
PP, ha sido nombrado jefe de planificación o algo similar en la Conserjería de Educación.
Un cargo de libre nombramiento, por supuesto. Con March andarán Antonio Morante, Jaume Ribas, Mª Antònia Serra y
Jordi Escudero, nada menos. Sólo nos falta saber qué cargo ocupará, por
ejemplo, Iñaki Aicart o, como bien
apunta el colectivo PLIS, el ínclito Jaume
Sastre que, al margen de su gusto por los barcos de rejilla, atesora gran
experiencia en huelgas de hambre sin que el barrigón se resienta. Un milagro.
Está claro, pues, que el gobierno de Més, bajo la mirada, no
sé si risueña o ceñuda, de Podemos y la decorativa presidencia de Francina Armengol (le hacía mucha
ilusión ser presidenta, qué se le va a hacer) está dispuesto a convertir la
educación insular en el paraíso de la inmersión lingüística y el adoctrinamiento
ideológico. Es lo que pasa siempre. Si no se avanza cuando se puede, cuando no
se puede, se retrocede el doble. O más.
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