Aunque no voy a desgranar ningún catálogo de disquisiciones
normativas (ya sean sociales, jurídicas o sólo biológicas) lo cierto es que
para gobernar hace falta algo más que la flexibilidad metafórica del junco.
Hace falta mucho más. No se puede gobernar la realidad sin ser, ante todo, absolutamente
respetuosos con ella. Con ella, como con nosotros mismos.
Se trata, pues, de saber ser indulgente hasta donde no serlo
es inútil. Se trata, también, de saber limarle asperezas y aristas sin que nos
duelan prendas ni tampoco anillos o alianzas; de abrirle hasta las entrañas por
ver si en su interior late la vida o la muerte, esa especie de obra perfecta
que no existe y que sólo se manifiesta en la suma inabarcable de nuestras imperfecciones:
ese recurrente dibujo del paraíso perdido en que vivimos, porque aquí nos
desterraron. Así de fácil.
Luego uno observa el ánimo coercitivo, lerdo y hostil de
nuestro Govern en funciones (nuestro Govern siempre está en funciones) y cae en
la cuenta, por ejemplo, de que ya no puede ni alquilar, cuando le place, su
propio apartamento, sin pagar el caprichoso peaje de algún plan turístico de orden
superior. Lo único que el Govern conseguirá con tanta prohibición es que nos
acaben maravillando los estúpidos monolitos de la concordia (y hasta el horror
de los cosos taurinos) tan sólo porque nos fascina el antiguo resplandor del
fuego en el que estos pirómanos iletrados están inmolando la libertad y la
cultura. ¿Cómo explicarles que el ardor o la vida están siempre del otro lado?
Etiquetas: Artículos
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