Le han pasado por encima, por debajo o, quizá, de refilón
los primeros cien días al nuevo Govern del Pacte y la verdad es que no se les puede
juzgar sin perderse por los arrabales metafóricos de lo anecdótico y banal. Resulta,
en fin, que todas las promesas de regeneración política y social se han visto
reducidas a unas pocas salvas simbólicas donde lo único obvio es la perseverante
y ruidosa levedad del ser. Del querer ser lo que no se acaba de ser, en este
caso.
De momento, nos quedamos sin toros y sin la “España rancia”
que representan. Es bueno librarse de este tipo de estigmas. Nos ganaremos la
ecotasa y, con ella, el cielo turístico de la excelencia. O así. A cambio,
perderemos el monolito de Sa Feixina, el inglés en las aulas y hasta el poco
castellano que aún nos quedaba, pero no pasa nada. Siempre se regresa al lugar
donde se fue feliz.
Con todo, el Govern está en buena forma física. Da gusto
verles bailando la conga a la salida del Parlament como si fueran unos
colegiales celebrando, quizá, el examen de sus vidas; en efecto, habían derogado
la Ley de Símbolos, que viene a ser algo así como derogar la ley más inútil y
redundante del mundo. Si la libertad de expresión se resume en poder airear, en
lugares públicos, las señeras, las camisetas y hasta las banderas de otros países,
tiempos y repúblicas, lo cierto es que la euforia de sus valedores sólo puede
traslucir el peor y más barriobajero de los ánimos, el de revancha. Hasta que
se les pase, mejor que sigan bailando y que no paren, por favor.
Etiquetas: Artículos
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