Mi catalán es infinitamente más pobre que el de Àngel Terrón; por eso leo los versos en
prosa de su último poemario, «Els noms del cervell», como si traduciéndolos al
castellano. En el ejercicio se me va la misma vida que las frases del amigo de
toda la vida me devuelven con creces. Con refinada ironía y ternura, con el
filtro personal de la química inorgánica y el revuelo ilustrado de siempre alrededor
del cataclismo que surge de entre los labios (como desde los pliegues del
cerebro) para dar nombre a las cosas y revelarlas más allá de la retórica y
tantas otras artes menores y comunes.
La actualidad, aquí al lado mismo de donde voy tecleando,
sin prisas, estas líneas contra la soledad (o muy a favor de ella) me habla,
casi a gritos, de la desconexión metafórica de Cataluña del resto de España. Es
la hora de los recursos y los desplantes. El golpe del mazo sobre la mesa de la
sala rota en mil pedazos. El ondear de las banderas convertidas, finalmente, en
vendas sobre los ojos, en torniquetes sobre las heridas, en gélidas mortajas
sobre los cadáveres.
Es mucho más estéril, aunque más sencillo, traducir esa menguante
realidad de aristas y crispaciones políticas, leguleyas y hasta sentimentales que
afrontar la lenta y minuciosa deriva de la verdad en llamas con la que Terrón
describe el mundo y lo recrea. «L´art
innovador és com una poma verda. Quan es tasta l´obra o es mossega la fruita,
esmussa». Ambos sabemos que siempre se acaba regresando al jardín del
Edén, como a la conexión y desconexión primeras.
Etiquetas: Artículos, Literatura
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