Caballo del malo
La Telaraña en El Mundo.
Es posible que esa parejita joven y, tal vez, inocente, que
se aleja del mundo, durante el fin de semana, para hacer el amor entre nubes de
marihuana, salga indemne. Es posible, pero no seguro. Dependerá de ellos
mismos, de si tienen o no más problemas que los propios de la curiosidad o más
embargos que el asombro inicial por todo aquello que se desconoce, pero que se
va aprendiendo, cómo no; todo se aprende: poco a poco o a trompazos. El
problema viene luego, cuando el amor se enfría y las dosis aumentan y las hojas
de marihuana se convierten en papelinas de ácido lisérgico, en cocaína, en
pastillas de no sé sabe qué éxtasis o, finalmente, en heroína. La muerte fulminante
sustituye a la vida a plazos mientras en el tocadiscos resuena al galope, Heroine, aquella vieja canción de la
Velvet Underground, con el cadáver magnífico de Lou Reed al frente.
Hasta aquí la literatura, que es algo así como dar vueltas y
más vueltas a las cosas para verlas desde todos los ángulos posibles, para
verlas mejor, en definitiva, como le vino a decir el lobo feroz de la fábula a
Caperucita Roja. Vivimos en ese bosque que Caperucita atraviesa a diario para
ir a ver a su abuela y es seguro que alguien nos va a intentar devorar más
temprano que tarde. Ojo avizor, por lo tanto.
Las estadísticas no suelen agotar la realidad, pero sí que ayudan
a identificar y prevenir los problemas, nuevos o viejos, que no dejan de
aparecer o regenerarse. Así, cuando ya creíamos que no quedaban heroinómanos,
porque la muerte hizo tabla rasa en las décadas de los ochenta y noventa,
resulta que es lo contrario. La heroína sigue cabalgando, ruidosa y febrilmente,
entre nosotros. Por ejemplo, las incautaciones policiales de esa droga, en
Baleares, han crecido un 366% en los últimos cuatro años y en Projecte Home (una institución que, si
no hace milagros, es porque los milagros no existen) no dejan de recibir y
atender a nuevas personas enganchadas a la heroína. A ese caballo peor que del malo.
Es posible que la parejita joven y, tal vez, inocente con la
que empezaba estas líneas ya no sea tan joven ni tan inocente. Es posible que
haya superado la fase más o menos introspectiva y sicodélica de los años
sesenta (los setenta, en España) sin caer en la drogadicción generalizada y
banal de las décadas posteriores hasta la actualidad. Es posible que cuando
vean un joven delgado y fibroso, con la mirada vidriosa y perdida, se acuerden
de aquellos amigos que se les quedaron en las cunetas donde una aguja parece
prometerte la felicidad y no hace otra cosa que arrancarte el alma.
Desahuciarte de ti mismo.
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