De repente llueve con intensidad y hasta ventea con fuerza.
Acaba de amanecer, pero la luz aún no ha tomado posesión del mundo: no se sabe
cuándo lo hará y hay quien dice que no lo hará nunca. No hay que hacer caso a
los agoreros, ni antes ni ahora ni después. Mientras tanto, abro las ventanas y
observo la silueta alargada y tendida de la calle Olmos, extrañamente vacía y
mojada, muy brillante, oscura. El tímido resplandor de un rayo me turba un
instante la mirada. Creo que andamos entre la alerta amarilla y la naranja e,
inmerso en ese juego de colores, espero que muy pronto acabe saliendo el
arcoíris entero por el horizonte. No sería mala cosa.
Hago memoria y recuerdo los informativos de ayer y anteayer,
el de hoy, seguro que el de mañana. El torrente Gros se ha inundado y un
reportero se mete hasta las rodillas en el agua para poder contárnoslo con todo
lujo de detalles. Así da gusto. En San Magín ha estallado una tubería y ha
saltado la pesada tapa metálica de una alcantarilla. Los atribulados reporteros
nos la muestran (o nos la mostrarán, en definitiva) con cierto aire a misión
cumplida en sus rostros. Se ha caído un muro en la calle Camilo José Cela y, sobre
sus ruinas, una intrépida reportera intenta contarnos el desastre y mantener el
equilibrio. La miro y siento, a la vez, un no sé qué de curiosidad y lástima.
Me temo que cuando tenga que informar sobre algo peor o más grave no habrá
quién le arriende las ganancias.
Parece, pues, que la información de la realidad necesita,
cada vez más, ser contrastada con imágenes y contorsiones en riguroso y convincente
directo. En efecto, habrá que hacerse, y no exagero, porque ya se está
haciendo, un selfi lo más impactante posible con el cuerpo mismo del delito,
con la víctima o el culpable, según proceda, y propagarlo luego, a la velocidad
de la luz y el vértigo, a través del vomitorio de las redes sociales por los
telediarios de todas las televisiones, públicas, privadas o locales, por los
infinitos canales más o menos descerebrados de YouTube, por todas las tertulias
habidas y por haber de Telegram o WhatsApp. La información al poder, qué
caramba.
Está claro que, aquí y ahora, debería adjuntarles una foto
de mi mujer y yo mismo achicando, juntos, el agua que ha inundado, esta noche,
la pequeña galería donde tendemos la ropa recién lavada. Lo haría con muchísimo
gusto, pero este reportero (que, por supuesto, no lo es) está de la sociedad
del cotilleo institucionalizado, inmisericorde y frívolo hasta donde no puedo
contarles sin ser, irremediablemente, grosero y hasta obsceno. Y eso sí que no debo
permitírmelo. Faltaría más.
Etiquetas: Artículos
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