No les quepa duda alguna. La culpa de todo la tienen los
hackers rusos. Siempre lo supe, aunque sea ahora, desde que propiciaron, según
el FBI, la ascensión al poder de Donald
Trump, cuando la opinión pública parece haberse dado cuenta. Pues ya era
hora. Convénzanse. ¿El PC les marcha a trompicones y, en vez de atender a sus
órdenes, se dedica a la extraña minería de los bitcoins (o bitcoines, según Fundéu)?
Es culpa de los hackers rusos. ¿Entran en Call of Duty o en GTA V para
demostrar a sus hijos que no les tiembla el pulso y las terribles hordas de los
niños rata les masacran sin darles tiempo, siquiera, a salir corriendo? No se
preocupen. Son los putos rusos. Siempre son ellos. Desde el oro de Moscú es que
no paran.
Pero me preocupa lo de Trump. No sé si los rusos se han
equivocado con sus maniobras orquestales en la oscuridad (lo que constituiría
un auténtico notición) o si, por una vez, no han hecho absolutamente nada y es
la propia opinión pública norteamericana, la resultante del eterno conflicto de
la guerra de los medios, siempre mucho más allá de la verdad o la mentira, la
que está intentado recuperarse del tremendo shock que les ha producido el
inesperado resultado electoral, de la única forma que creen posible, aunque no
lo sea: buscando un culpable ajeno a ellos mismos y sus peores miedos, a su
sociedad convertida en un lugar indecente si eres rico e indigno si eres pobre,
en un mortífero campo de minas donde el único que parece moverse con cierta soltura
es Trump, nada menos. ¿Quién va a gobernar ahora América, Trump o los hackers
rusos? Pues nunca se sabe. ¿Y qué es peor? Pues tampoco se sabe.
Aquí en España los hackers rusos (como todos imaginábamos)
hacen y deshacen las encuestas preelectorales y, sobre todo, se lo pasan pipa
manipulando las sufridas votaciones online de los partidos asambleístas como
Podemos, CUP o similares, empeñados en convertir la realidad en una especie de
referéndum unilateral y totalitario, una asamblea perpetua y vitalicia, sectariamente
vocinglera y resignadamente digital, obsesiva y disciplinada: tres o cuatro
punto cero, por lo menos.
Con todo, no nos importa mucho en qué sentido los hackers
rusos van o vienen, porque manipular lo que ya está viciado de origen no
perjudica demasiado el resultado final; igual lo compone o hasta lo mejora.
Además, a los hackers rusos la realidad ajena les importa un pimiento más allá
de cambiar unos por ceros y ceros por unos, bitcoins por dólares o rublos, incluso
por los agonizantes euros de un sistema financiero que nadie sabe dónde va a ir
a parar. No lo saben ni los propios hackers rusos de Wall Street.
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