LA TELARAÑA: La suerte y el azar

viernes, diciembre 23

La suerte y el azar


La Telaraña en El Mundo.
 
 Hace tiempo que ya no pillo ningún trébol de cuatro hojas ni encuentro herraduras clavadas sobre las puertas cerradas a cal y canto de las casas. Será que la suerte anda de capa caída o que ya agotó su limitadísimo cupo. Será, tal vez, que nos cuesta abrirnos a lo desconocido y pensar más allá de las estrecheces de un discurso que suele empezar, al alba, con el escepticismo de costumbre para acabar relamiéndonos, quizá al anochecer, con la sensación de que las cosas no han salido, en fin, como quisiéramos. Habría que saber, desde luego, qué méritos nos adornan y a qué nos hemos hecho realmente acreedores, pero ese es un tema muy espinoso que, hoy en día, casi nadie se plantea. Por si acaso, supongo.
 Con todo, la suerte es desde siempre un bien muy extraño, escaso y, sobre todo, improbable, que sucede muy de vez en cuando y que nos hace sonreír y hasta frotarnos los ojos, porque no es fácil, en efecto, desafiar el abrumador peso en contra de las probabilidades matemáticas y salir indemnes, ilesos, triunfantes incluso. Es magnífico, embriagador, ver cómo se derrumban todas las previsiones racionales y se disipa la pesada bruma de la lógica, el seny que hemos heredado no importa de quién ni cuándo. Ni un 12 de septiembre ni un 31 de diciembre: esto último, seguro.
 Pero a lo que íbamos. Es revelador, quizá apocalíptico, cambiar la estrecha mirilla por la que nos hemos acostumbrado a olisquear la realidad y el cielo y la tierra por una mirada nueva (o muy vieja, anterior a tanto cataclismo histórico como llevamos escrito en la sangre), una mirada abierta a ese azar existencial y metafísico que nos ronda más allá de la usura de las omnipresentes casas de apuestas online, los absurdos boletos de la primitiva, la invariable monodia de los niños de San Ildefonso que, en este mismo instante en que escribo estas líneas, están repartiendo el único premio al que suelo, por inercia o masoquismo, jugar un año y también otro. Todavía no han cantado el gordo, pero lo cantarán.
 Acaso la suerte sólo sea un instante de lucidez que da sentido a toda una vida. Saber, por ejemplo, que hace unos años estuve en el mismo mercadillo navideño de Berlín donde la muerte atropelló a la vida hace sólo unos días. Saber, desde luego, que cada cosa que hacemos obedece a algún motivo oculto en el tiempo, a alguna creencia, más o menos olvidada, que late en nuestro interior pugnando por salir y manifestarse, por convertirnos, tal vez, en otros. Sé que eso es muy difícil, pero estamos en Navidad y ya que alguien va a morir, metafóricamente, por nosotros, alguien debería, igualmente, revivir por él. Por todos nosotros. Feliz Navidad.
 

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