No seremos más catalanes (pero tampoco menos) porque una castiza
y abigarrada mayoría política, tal que MÉS, Podemos, PSIB y el PI, hayan
decidido que lo seamos. Tal vez lo somos, en efecto. O tal vez no. Es posible
que, a fuerza de que nos lo repitan, nos lo creamos. Pero también puede que,
por lo mismo, acabemos por no entender ni una palabra de lo que nos cuentan. Yo
me recuerdo observando desde las terrazas de un edificio, hoy estruendosamente
tapiado, de las avenidas de Palma, los coros infinitos de la gente bailando
sardanas los domingos de mi infancia y no sé si este hecho es una premonición definitiva
o una desechable anécdota, otra más. Uno puede rebuscar su identidad donde le
plazca, pero esa sombra que finalmente somos suele sernos muy esquiva y
habitar, acaso, muy adentro de nosotros mismos.
Por ello rebusco en mi árbol genealógico y me sale un frondoso
sarpullido de ancestros con orígenes en Campanet y en el barrio palmesano de
Santa Catalina. Me salen, también, un montón de conexiones perdidas, hace ya
muchos años, con presuntos parientes de algún lugar incierto de Extremadura, de
Larache (Tánger, Tetuán, tal vez del mismísimo jardín de las Hespérides), de
algún islote, en fin, del siempre remoto Caribe. A todos ellos, mis queridos antepasados,
los llevo siempre conmigo sin saber cómo ni por qué, pero ya me he acostumbrado
tanto a su compañía que no me resultan ninguna carga. No se me quejan. No
chirrían ni tampoco alborotan, cuando el mundo se nos planta tal cual es (o
quiere ser, que no es lo mismo) y nos acaba pareciendo, el mundo, un decepcionante
mal chiste o una ambulante estupidez sin ningún sentido, aunque parezca ir de enarbolar
banderas y también banderines, pancartas y también pasquines. Estoy convencido de
que, a mis antepasados, pese a ser de otras épocas y costumbres, les importa
muy poco lo que, desde luego, a mí me importa nada. O menos que nada.
Luego están los delirantes informes de los expertos de la
comisión de la Diada representados, entre otros, por el inefable Cristòfol Soler, de la Asamblea
Soberanista de Mallorca, o Maria Antònia
Font, del sindicato STEI, nada menos. Pero ya lo dije. Uno puede buscar su
identidad donde le plazca: hay paraísos artificiales, distopías y lodazales
suficientes para todos. No hay que alarmarse, por lo tanto, si nuestra
progresía fija sus señas de identidad (y las nuestras, ay) en el genocidio de
la conquista, saqueo y posterior reparto de Madina
Mayurqa antes que en el nacimiento histórico del Reino de Mallorca. Seguramente
ignoran que manipular el pasado para construirse un futuro a medida es
prostituir pasado y futuro; es convertir el frágil presente en una vergonzosa
farsa.
Etiquetas: Artículos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home