Paseando con políticos
A menudo empiezo a escribir como quien sale a pasear y sabe
que debe anotar buena parte de lo que ve o imagina. No me faltan, por supuesto,
adjetivos calificativos ni paisajes que rememorar o descubrir, pero sí que me
fallan, me bailan, por así decirlo, algunos nombres; no siempre identifico
correctamente a los políticos con los que me voy cruzando una vez y otra por
las aceras y las esquinas, bajo la luz de las farolas o el asfixiante sol del
mediodía. No obstante, me los cruzo y descruzo permitiéndome, tal vez, enarcar
una ceja, pero no, nunca, esbozar siquiera un saludo, porque saludarles una
única vez implicaría tener que saludarlos siempre, cada día, cada hora, cada
instante de paseo conmigo mismo y la ciudad que nos parió a todos. O a casi
todos.
El caso es que me hago un lío con frecuencia. A veces, por
ejemplo, me tropiezo con la nueva camada izquierdista, sindicalista o
nacionalista o todo a la vez, que suele ser lo más habitual, y me parece estar
viendo a los viejos camaradas o compañeros (en realidad, ni una cosa ni la
otra) con los que tengo cierto pasado en común. Pienso, entre otros, en Pep Vilchez con quien tropiezo muy a
menudo y siempre desde aceras distintas, lo que nos obliga a mirarnos como de
refilón. O en Miquel López Crespí,
que la última vez que me vio tuvo a bien escupir con rabia al suelo y yo ni
caso, como escrutando el vacío, pasando. La verdad es que nunca le he
agradecido lo suficiente aquella viril invitación al duelo. Aquel malentendido u
homenaje. Lo que fuera.
Últimamente he compartido restaurante y menú económico con Xelo Huertas, Montse Seijas y hasta con Balti Picornell, nada
menos. Hay que ver lo bien que comemos. Con ellos no tuve que enarcar la ceja
ni preocuparme por un pasado común que no tenemos, porque son gente sobrevenida
de no sé dónde y que sólo conozco de las primeras planas de los periódicos (ese
WANTED de la actualidad que tanto me horroriza como me fascina, supongo).
Con todo, no hay recuento sin algunas ausencias. Hace
demasiado tiempo que no me tropiezo con Ramón
Aguiló y eso sí que me fastidia, porque Hila o Cirer no son lo
mismo y ya no puedo rencontrarme con Paulino
Buchens, con quien sí que tuve algún
que otro magnífico encontronazo. Pelillos a la mar. Vuelvo a Aguiló, porque me gustaría
rencontrarlo y recuperar el paso y el poso cultural que tuvo a bien convocarnos
en determinado momento, más allá del buen humor y la ironía cómplices, los
vaivenes de la literatura y el periodismo o la imprevisible inercia de las
afinidades electivas. Es cierto, a veces me siento el joven Werther en las manos adoloridas, quizá
tumefactas, del viejo Goethe.
Etiquetas: Artículos, Literatura
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