De 40 en 40 años
Resulta que se han cumplido cuarenta años desde las primeras
elecciones democráticas tras la larga travesía, también de cuarenta años, a
través del desierto de la dictadura. Parece que vamos, pues, de cuarenta en
cuarenta años como si cada cuatro décadas los relevos generacionales fueran
cuajando y tocase, de alguna manera, cambiar de régimen o de sistema, de forma
de entender el mundo y también de relacionarse unos con otros, de encarar los problemas
y buscar soluciones, de sacar, en definitiva, la vida adelante, se supone que a
mejor: eso quiero suponer siempre y por encima de todo, aunque las apariencias
no nos lo acaben de demostrar. Ya se sabe que, en ocasiones, se escribe recto
con renglones muy torcidos, tuertos, casi que ciegos.
El caso es que no tengo muy claro qué nos va a tocar sufrir
o gozar ahora tras los cuarenta años alternados de dictadura y democracia. Uno
no quiere que regresen las oscurísimas tinieblas del pasado. Uno no quiere,
tampoco, que se eternice la frívola virtualidad de nuestros días, con un pie en
el abismo de las redes sociales y otro en el lodazal de la realidad, este mundo
en crisis que no remite, sino todo lo contrario. En efecto, desde hace años no
deja de aumentar el terrorismo más o menos religioso, la insolidaridad y la
incultura generales, la demagogia populista, los nacionalismos que ya parecían
superados: en fin, toda esa suerte de basura infecta que no deja de
multiplicarse, por desgracia, cuando las cosas vienen mal dadas.
Con todo, hago cuentas y confieso, sin pretensión de
parodiar a Pablo Neruda, que he
vivido dos terceras partes de mi vida en democracia y sólo una, incluidos los
años magníficos de la infancia y la adolescencia, bajo el yugo del autoritarismo.
El balance, por lo tanto, no me permite sacar demasiado pecho ni dramatizar,
tampoco, en exceso. No he vivido ninguna guerra fratricida ni he tenido que
emigrar a no importa dónde. No he sido víctima de ninguna masacre. No he pasado
hambre ni he sufrido ningún tipo de violencia. Y la guerra que llevo, desde
siempre, entablada conmigo mismo sólo me sirve para saberme culpable o inocente
de las mismas cosas que todos los demás. Exactamente.
Pero insisto. No sé con certeza qué nos van a deparar los
próximos cuarenta años. Leo en la prensa que los filólogos de la UIB critican
abiertamente que los alumnos hayan podido acceder a las preguntas de la
selectividad en castellano. Vade retro. Les parece una ofensa monstruosa a la
lengua catalana y un atentado contra la normalización lingüística del catalán
en las islas. Me consuela saber que ni los cuarenta años de Franco ni los cuarenta de estos filólogos
metidos a sanedrines han podido acabar, de momento, con el catalán ni con el
castellano. Menos mal.
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