Municipios, provincias, diputaciones, mancomunidades,
veguerías, diócesis, comarcas, regiones, comunidades forales, autonomías. Hojeo
los más diversos mapas de España a lo largo del tiempo y todos los mapas me acaban
pareciendo el mismo mapa: la misma piel de toro abrasada y cuarteada entre
Europa y África, entre el mar Atlántico y el mar Mediterráneo, en plena
encrucijada física y espiritual de todos los caminos, de todas las culturas que
en su día fueron, pero que ya no son, porque sus ubres se acabaron agotando, y de
todas las culturas que todavía no han nacido. Quién sabe, por cierto, si lo
harán.
Nadie lo sabe, en efecto. Nadie sabe con certeza lo que
nacerá o dejará de nacer, porque vivimos en un momento sumamente complejo y delicado.
Lo nuevo aún no ha nacido y lo viejo ya apesta. Damos vueltas y más vueltas a
las ideas con la intención de que perduren o revivan, de que nos hagan, en
definitiva, el flaco favor de asistirnos en días de penuria, de confusión, de
filosofía convertida, finalmente, en juegos malabares de palabras, en fatuos trabalenguas,
en ridículos sofismas. El viejo calcetín usado de la vida parece renacer con
fuerza a cada vuelta que le damos, pero ese espejismo no dura demasiado;
siempre se nos acaba cayendo a pedazos.
¿He de citar ahora, a Pedro
Sánchez? ¿Es necesario, imprescindible hacerlo? ¿He de reír o llorar,
quizá, con la solemne indigencia conceptual de su esperpéntica visión de España
como nación de naciones? ¿He de tirar de ironía o sarcasmo, de carcajadas o
abucheos enlatados, para demorarme en lo que no puede sostener ningún discurso,
porque no se sostiene ni a sí mismo, y pretende sostener, sin embargo, el discurso
entero del más importante partido de izquierdas que existe, actualmente, en
España? Si esa es la izquierda que nos merecemos, no nos va a extrañar un ápice
que Podemos se la meriende en tan sólo un par de sesiones televisivas de
demagogia, cutrerío y populismo intensivos. Son maestros en eso.
De todas formas, basta preguntarse con quién gobierna en las
islas el PSIB para imaginar qué tipo de política nacional de naciones podemos
esperar de aquí en adelante. Tengan en cuenta que Baleares ya no es una simple
comunidad autónoma. No, señor. En estos momentos es una de las solemnes
naciones de esa gran nación de naciones que, al parecer, es España. Es decir,
una gloriosa entelequia comandada por Francina
Armengol, pero que, de hecho, está en las manos de los prestidigitadores sin
ilustrar de la caótica sucursal balear de Podemos y de los nacionalistas históricos
de MÉS, que lo son, nacionalistas, de una nación que no acaba de ser esta, sino
otra distinta, pero qué más da. ¿Será por naciones? Pues no. Nos espera, como
mínimo, puro encaje de bolillos.
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