LA TELARAÑA: Elogio del turismo

viernes, agosto 18

Elogio del turismo


La Telaraña en El Mundo.



 Un buen amigo me ha enviado muchas fotos y videos (actualmente, la amistad se mide por la cantidad de fotos y videos compartidos en WhatsApp o Telegram) de la semana de agosto que ha pasado en un hotel para adultos de Magaluf. He sido, pues, testigo indirecto, voyeur privilegiado, de algunos de sus mejores momentos: el delirante desayuno buffet, las horas al sol junto a la piscina de agua dulce, el ceremonioso almuerzo buffet, la frenética cena buffet bañada en champán y confetis, las imágenes casi familiares de la habitación limpia, el balcón con vistas al mar y al vértigo, la inercia de las horas felices en cualquiera de las múltiples barras del singular establecimiento. Realmente en todas.
 Mi amigo es un tipo sensato, más entrado en decepciones que en años, alguien que habla varios idiomas y sabe de contabilidad; que sabe, al menos, que le sale más a cuenta pasar unos días retozando, todo incluido, a unos pocos kilómetros de Palma (cerca del trabajo y el hogar) que embarcarse en la siempre incierta aventura de otro viaje más largo, con su trasiego agotador de maletas facturadas y, tal vez, perdidas, con sus largas horas de espera en los aeropuertos donde la precariedad laboral campa a sus anchas. Vivimos en un mundo tan interconectado que no hace falta que ninguna mariposa bata sus alas en la otra parte del universo, para que los problemas de unos sean también los de los otros; y un gran problema común se cierna sobre todos.
 Mi amigo me envió un video en el que se le podía ver haciendo el tren y también el indio (ambas cosas a la vez) alrededor de la piscina del hotel, entre dos rubias espectaculares, contra el reflectante cielo azul turquesa de la algarabía. La gente, cuando se divierte, parece mejor de lo que es, me confesó luego, en otro mensaje. Mi amigo ha hecho amistad con otros huéspedes, con los camareros y recepcionistas, con la muchacha que le traía unas chocolatinas y una sonrisa tímida cada tarde a la habitación, con los monitores de eventos más o menos folclóricos y hasta con el mismísimo director del hotel. Un tipo sociable, me aseguró.
 En efecto, no hay nada como ser sociable cuando la ficción colectiva va exactamente de eso, de ser feliz, de aparentarlo, de irradiar y contagiar esa misma felicidad que no nos duele, en absoluto, dilapidar porque sabemos, aunque nos duela decirlo, que no existe. El turismo quizá sea la mejor, la más gratificante forma de convertir la realidad en ficción, de convertir nuestros días de jerárquica esclavitud laboral y social en días de metafórica transgresión, de hedónico relax, de tiempo robado a la maldición bíblica y al polvo inerte que somos y que volveremos a ser, pero a su debido tiempo. El polvo puede esperar. La xenofobia de los turismofóbicos, también.

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