Olas de calor
Desde mediados de junio, a una ola de calor le sucede otra
mayor. Un sinvivir, por supuesto. Se dispara el mercurio en los termómetros
mientras mis rutinarios paseos por Palma empiezan a decaer, porque no me
acostumbro a deambular entre una multitud de turistas, que no sé si lo son de
verdad o si sólo son un espejismo, una humareda apocalíptica, la avanzadilla
conceptual de un mundo, no sé si futuro o pasado, donde todos desfilaremos entre
las ofertas subvencionadas del top manta,
los chirridos de los músicos callejeros, la monótona letanía de los postulantes
de todas las causas perdidas y la sonrisa radiante de las chicas jóvenes,
monísimas, que nos invitan, insistentemente, a degustar, por fin, el helado definitivo,
el helado de nuestros sueños. ¿Por qué no? Sabe estupendamente.
Así parece, pues, funcionar todo. Los desastres se van
encabalgando los unos a los otros sin que nadie considere que ya es hora de
bajarse de ese caballo de carrusel, de ese tiovivo de luces parpadeantes y
música de acordeón que gira una vez y otra, que nunca deja de girar, circular y
endemoniadamente, sin llevarnos a ninguna parte, salvo al maldito lugar de
partida. Ahí estamos desde siempre. Observando lo que hay. Observándonos.
La verdad es que tengo curiosidad por saber qué Ley del
Alquiler Turístico se va a aprobar (o no) en el Parlament la semana próxima. Los
detalles furtivos que se filtran, interesadamente, a la prensa no hacen sino
demostrarnos la falta total de cintura política y la alarmante carencia de
ideas propias (o ajenas) del Govern respecto al mundo en el que nosotros,
seguro, vivimos y ellos, se supone, también. Con todo, es muy posible que nadie
viva en el mismo mundo que los otros. Ello explicaría muchísimas cosas, en
efecto, pero no sé si todas, francamente.
Las últimas propuestas filtradas, concebidas por las privilegiadas
mentes de Podemos, hacen hincapié en la voluntad de multar con cantidades de
hasta 400.000 euros a las plataformas de internet que se dediquen al alquiler
vacacional y comercialicen ofertas ilegales, sea eso lo que fuere, que ya se
sabrá algún día, supongo. Al final, entre la ecotasa y las multas a Airbnb, a Homeaway o a quién haga falta, incluyendo a Google, que todo se andará, el Govern podrá amasar dinerito
suficiente como para enviar, por ejemplo, a la incineradora de Mac Insular los
residuos de obra que ahora deposita, fraude ecológico mediante, en un solar de
su propiedad. Es decir, de nuestra propiedad. Parece obvio que el alquiler
vacacional se ha convertido, a falta de cualquier otro tipo de autocrítica, de
política de desarrollo o de inteligencia lógica aplicada, en la madre putativa de
todos los desastres habidos y por haber. Es tremendo. Y lo que es peor, es
falso.
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