Un par de cámaras móviles en la Rambla y algún que otro dron
dando vueltas como si fuera un cometa teledirigido. De fondo, una música horrible
de banda de música en horas bajas desafina todo lo que los micrófonos de la
retrasmisión la retuercen y, quizá, algo más. Así están emitiendo, en vivo y en
directo, la llamada Diada del Sí las televisiones en Internet (y por lo que
acabo de comprobar, también las televisiones generalistas, no vaya a ser que la
audiencia se despiste y se quede sin el morbo de asistir al éxtasis, la pasión,
la astracanada alquímica de un buen número de personas empeñadas en ser una
nación, un estado, una unidad de destino en lo universal) cuando son sólo las
nueve y media de la mañana del día 11 de septiembre y ya se están lanzando
consignas, coreando eslóganes, ofrendando coronas de flores y agitando
banderas. Esto va para muy largo.
Lo bueno de estas retrasmisiones por internet es que carecen
de un locutor y, sobre todo, de una mesa enloquecida de tertulianos. Los
tertulianos son gente tan escogida como poco despejada: sobre todo, los de TV3.
Hay que ver con qué fervor arriman el ascua a su sardina, prendida
milagrosamente, como a su carné de buenos y diligentes nacionalistas, su grano
de arena al arenal donde nos revolcaríamos si aún quisiéramos construir
castillos donde rompe la marea y crujen las costuras de la existencia, su voz desgañitada
al corro general de las voces, ese estropicio inaudito.
Recuerdo, ahora, que en los domingos luminosos de mi
infancia se bailaban correosas sardanas en la avenida Conde Sallent de Palma,
exactamente bajo la casa en que nací, un edificio actualmente tapiado y
cubierto con una precaria malla verde: parece que la finca amenaza ruina y, tal
vez, derrumbe. Es así, en definitiva, como pasa el tiempo mientras nosotros
intentamos ser los protagonistas o, tal vez, las comparsas, los testigos, los
cómplices, los jueces o, finalmente, las víctimas. La vida es ese extraño juego.
Tengo en la retina la imagen victoriosa de Rafael Nadal, anoche en el US Open.
Está bien estar de vuelta cuando, de hecho, nunca te has ido y sólo estuviste tomando
aire, porque te hacía falta. Está bien ser el mejor en algo o luchar para serlo
durante algún tiempo y dedicarse, después, a cualquier otra cosa. Reflexiones como
estas son mucho más serias y fructíferas que andar perdiendo el tiempo con el provinciano
discurso de las naciones y los estados, las repúblicas más o menos federales y los
colectivos unidos, al parecer, por un vínculo tan artificial como puede llegar
a ser la maldita forma en que decidamos, aleatoriamente, amargarnos la vida en
común pretendiendo, sin embargo, mejorarla. Quizá esa terrible paradoja
encierre más verdades de las que, de hecho, podemos soportar.
Etiquetas: Artículos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home