Está muy bien ser capital de algo. Sabíamos que Palma ya lo
era de Mallorca y de Baleares o, por aquello de los excesos metafóricos, hasta del
mar Mediterráneo. Pero hay más. Gracias a la CUP y los grupos antisistema, que
son, a fin de cuentas, los que manejan los entresijos de la actualidad política
española, esa gran ramera con aspecto de dama de alto copete, nos hemos
enterado de que Palma es, con Barcelona, Perpinyà y Valencia, una de las cuatro
capitales de los Países Catalanes, ese grupo selecto de países que, aunque por
separado no parezcan gran cosa, juntos son o deben ser, juntos serán, algo así
como El Dorado, un territorio auténticamente mítico y legendario donde, a falta
de oro, maná o clarividencia, todo será identidad absolutamente mejorada, ennoblecida,
ensimismada.
Identidad cultural y, desde luego, lingüística. Identidad
que, como es justo y necesario, barre todas las diferencias habidas y por haber
hasta abolirlas. Identidad que nos convierte -a nosotros también, porque
vivimos en estas islas y el territorio es, a fin de cuentas, el dueño único de
nuestro espectacular destino- en los mimbres mágicos, telúricos, del mismo
cesto, en los obreros especializados y sudorosos de la misma colmena, en las células
fundacionales del mismo cuerpo astral, en los querubines y arcángeles de la
misma quimera donde viajaremos bajo el éxtasis hipnótico del arcoíris, abierto
el mundo a la inigualable plenitud de la luz y al absoluto deslumbramiento.
Ciegos todos, pero felices, por lo tanto. No sé de qué se quejan algunos.
Hasta Palma y, en concreto, hasta el parque de Sa Feixina,
ya ven para qué sirven nuestros más emblemáticos monumentos, se vinieron el
miércoles pasado los diputados de la CUP en el Parlament de Cataluña, Eulàlia Reguant y Carles Riera, para ampliar la convocatoria del referéndum a
Baleares y para intentar despertar, de alguna manera, nuestra peculiar
conciencia cívica, nuestra ancestral conciencia de pueblo que recibe con la
misma sonrisa y las mismas hondas cargadas de escepticismo y hastío a los
invasores que a los turistas. Yo prefiero a estos últimos, pero tiene que haber
gente para todo. La hay, qué duda cabe.
Con todo, lo mejor del evento de Sa Feixina, aparte de los
discursos, las fotos de familia y la inmensa nube tóxica que sobrevino tras
tanta exhibición impúdica (porque los mallorquines nunca airearíamos nuestra
identidad con tanta ligereza, no fuera a marchitársenos), lo mejor, decía, fue
la actuación estelar de la magnífica e hiperbólica colla de Xeremiers Pau i Càndid. Su jota del Tiro Tatí o
d´en Pep Toni, por ejemplo, junto a su interpretación, en plan «jam session»,
de The Devil's Dream me tienen subyugado desde hace años. Qué ritmo y armonía, cuánta
exuberancia étnica.
Etiquetas: Artículos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home