Black Friday
La Telaraña en El Mundo.
Atravieso las polvorientas cañadas de los días en dirección
al refulgente escaparate abierto (hasta el amanecer y mucho más allá) del «Black
Friday» del próximo viernes, igual que he andado huyendo, desde siempre, de las
sudorosas aglomeraciones de la gente en época de rebajas: huyo rápido, con los
ojos como platos y la mirada absorta en alguna que otra diana, acaso
imaginaria, acaso real, auténtica. No tengo otra opción. He de tensar la cuerda
y lanzar lejos, muy lejos, la flecha y sentir el flechazo confundirse con el
rubor intenso en las mejillas y el brillo húmedo en la mirada. Debo acertar en
el centro mismo de la manzana de Eva o Adán y, en el lugar exacto de la luz y
el deseo, consumir la luz y el deseo. Culminarlos. Esa noche de placer definitivamente
humano la lleva celebrando la humanidad desde el principio de los tiempos y no
seré yo quien la rechace. Al contrario. En ese placer reside (literal,
exactamente) la vida.
Hay que arrimar, pues, el hombro para que el mundo siga
rodando como una piedra dando tumbos no sé si camino arriba o abajo, muy abajo.
Hay que dar esquinazo a los agoreros que nos dicen que no podemos gastar lo que
no tenemos, porque no tenemos nada que gastar y vivimos de un crédito antiguo
que renovamos cada día con nuevas deudas, obligaciones, renuncias, nuevas
maneras de mirar atrás sin caer en la maldición, la quietud marmórea de la mujer
de Lot. No recordamos su nombre, porque la Biblia no lo dice. No podemos detenernos,
como le sucedió a ella, porque la vida no deja de empujarnos ni un instante; estamos
absolutamente convencidos de ello, pero si no fuera así, seguro que la
empujaríamos nosotros, a la vida, como se empuja el carrito de una compra
inmensa, telúrica, conceptualmente hipertélica, el carrito de una compra
repleta de ofertas irrechazables.
Me pregunto, ahora, si acabo de esbozar un temerario canto
al consumismo o si me he dejado llevar por las palabras y el lenguaje, por su
cosecha intermitente y caótica de ideas, resonancias, sugerencias. Hace unos
días anduve por callejones oscurísimos donde la luz, sin embargo, lo llenaba
todo convirtiéndose en la principal protagonista de las calles y la vida. Todo
un derroche de luz, la luz; pero si lograbas desviar la mirada de los focos no
podías dejar de observar, entonces, a una pléyade parlanchina de negros e
hispanos intentando venderte cualquier cosa a cambio de una miserable propina
del diez por ciento. O menos. En efecto, con las sobras del negocio (a veces,
ruinoso) de unos, viven (o malviven) otros muchos; pero en este laberinto no
hay culpables ni inocentes, no hay víctimas ni verdugos; sólo está el propio
mundo intentando organizarse, salir adelante, prosperar. Sobrevivir, tal vez, a
su propia y desconocida fecha de caducidad.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home