LA TELARAÑA: El proceso

viernes, noviembre 3

El proceso


La Telaraña en El Mundo.




  
 «Alguien tenía que haber calumniado a Josef K, pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo». Así empieza El Proceso (1925) de Franz Kafka, un libro del que, sin duda, sobre todo últimamente y siempre a vueltas con la actual situación política en Cataluña, habrán oído hablar bastante, mucho, quizá demasiado. No es una mala estrategia, en absoluto, mezclar en la primera frase de un libro las, quizá, infundadas y casi siempre frívolas habladurías de la gente con las, por lo general, sesudas y hasta meditadas, decisiones judiciales para concluir, a modo de síntesis, en la posible consideración moral (no hizo nada malo: ¿hizo algo? ¿nada? ¿bueno, malo?) de unos hechos que el lector sagaz y perseverante de la novela intentará averiguar durante las 156 páginas que dura el libro (acaso una más de las necesarias, si nos atenemos a la versión de libre dominio, en español, que puede descargarse en pdf, vía Google, desde varios lugares) sin ningún éxito.
 A veces hay que saber tener mucha paciencia. Las historias que nos ocurren, al igual que las que nos inventamos o las que se inventan otros con no importa qué oscuros o diáfanos motivos, son simplemente eso, historias, narraciones, sucesiones de días y noches, de situaciones agradables y desagradables, de éxitos y fracasos, de problemas y soluciones, de inconvenientes que vamos superando, o no, sin saber muy bien cómo. Así se escribe un libro, igual que una vida. Y es eso lo que Kafka hace en este libro que dejó inconcluso, pensamos que no por azar. ¿Cómo acabar lo que no tiene fin, lo que no puede tenerlo? Kafka nos embarca en el fracaso ilimitado de un viaje tan absurdo como falto de alicientes para lograr que hacia el final de la lectura nos demos cuenta de lo mucho que ese viaje se parece al de nuestras vidas. También y siempre absurdas, e inacabadas, como no podría ser de otra forma.
 Mientras escribo estas líneas varios miembros del ya cesado Govern catalán están declarando ante la juez Carmen Lamela. No trataré aquí sobre lo que han dicho o dejado de decir. La realidad es un paraje muy intricado que no se resume con unas pocas palabras, pero son esas pocas palabras, sin embargo, las que, llegado el momento decisivo, nos habrán de salvar o condenar para siempre. Puigdemont, de momento, no se ha presentado a declarar porque sigue en Bruselas huyendo, al parecer, de todo y de todos. O ejerciendo, tal vez, de ceremonioso protagonista de una historia, millones de veces ya escrita y leída, que él cree que está inacabada y que, en efecto, así es. Nunca se acaba el dar vueltas y más vueltas por el laberinto sin sentido de las cosas, por los abismos crepusculares e idénticos de la verdad o la mentira, por los aledaños de la hora final en que el juez, inevitablemente, dictará sentencia.




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