LA TELARAÑA: Apuntes desde N.Y.

viernes, noviembre 10

Apuntes desde N.Y.

La Telaraña en El Mundo



Subimos a un magnífico taxi amarillo al salir del aeropuerto John Fitzgerald Kennedy camino de Manhattan. El taxista no era Travis Bickle (Robert de Niro, en Taxi Driver) ni tampoco Sayfullo Saipov, el penúltimo asesino que andaba suelto hasta hace unos pocos días; no, el taxista, no parecía ser ningún sicópata aunque nos estuviera hablandosin parar y sin pelos en la lengua, del alcalde Bill de Blasio y del presidente Donald Trump, del terrorismo, de la delincuencia, del turismo que no cesa, de las interminables noches de una ciudad que, según nos dijo, engulle a todos sin quedar nunca satisfecha. Sus palabras sonaron terribles y amenazadoras, pero ni nos inmutamos, porque lo que de verdad nos interesaba era observar con detenimiento el portentoso skyline de Nueva York a medida que nos acercábamos a nuestro hotel de destino en el corazón de Manhattan. Misión absolutamente cumplida.
 Las ciudades, si nos atrevemos a analizarlas yhablar de ellas, que eso es algo que no está al alcance de cualquiera,aunque muchos lo intentemosson máquinas enormes, brutales, complejísimas, máquinas tan insensibles y letales como quienes las habitan, máquinas con siglos de herrumbre y hambruna, de peste y gripe española y no española a sus espaldas, máquinas de piedra y metal, de madera y basura reciclada, máquinas de lava y carne taladrada en el aceite hirviendo que huye de la intemperie por los desagües negros de las alcantarillas, máquinas que no dejan de chirriar ni un instante; chirrían cuando se las mira sin verlas, cuando se las observa sin hallar el ángulopreciso, el punto de vista adecuado; chirrían cuando alguno de sus habitantes sufre, lucha o agoniza, fallece; chirrían cuando el viento se arremolina y silba por entre las esquinas y la lluvia fina barre la acera con la suavidad del acero y, bajo los paraguas y los impermeables de plástico transparentela gente corre agazapada, corre deprisa, muy deprisa, porque todos corren, corremos, y no hay forma de detenerse sin que te atropelle la multitud que corre insomne o sonámbulaque corre deprisa, muy deprisa, vaya usted a saber por qué. No conozco ningún lugar en el mundo donde se corra tanto como en las calles de Nueva York.
 Luego llega la noche, la oscuridad imposible y la necesidad reparadora del sueño. O los sueños. Escucho el palpitar cercano del Empire State Building y hasta alcanzo a verlo tras los cristales no demasiado limpios de la habitación. Allá arriba anduvo King Kong huyendo de la muerte con Fay Wray o Naomi Watts entre las manos, en el corazón, en la retina húmeda de sus terribles ojos antes de caer abatido no sé si por el fuego de la modernidad, por el paso marcial del progreso o, muy posiblemente, por el miedo infinito (humano, demasiado humano) al amor.





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