Entre Lacan y Puigdemont
Hace ya mucho tiempo que dejamos de pensar en la realidad
como si fuera un lugar de encuentro: ya no nos importa si lo es o no, porque
preferimos andar metafóricamente perdidos, solitarios y a la deriva; porque preferimos
seguir buscando, acaso como Diógenes,
no sabemos realmente qué. Nos basta con que la realidad nos parezca un lugar de
creación, quizá el único lugar donde la creación puede acontecer y, de hecho,
hasta acontece: ese paisaje, que intuimos tan tullido como inabarcable, ese
camino tan repleto de pérdidas como de felices hallazgos, que vamos acumulando,
por azar o necesidad, en los almacenes provisionales de la memoria, en las
frágiles estanterías del alma, en las temblorosas palmas, siempre vacías, de
nuestras manos.
Tengo en las manos un libro de Jacques Lacan que encontré ayer, sin buscarlo, cuando ya lo había
dado por perdido. Es cierto, es un anacronismo releer a Lacan; pero gracias a
ello hoy me he levantado dándole vueltas a lo simbólico, lo imaginario y lo
real, esas categorías neutras en las que el lenguaje se ramifica para ofrecernos
el espectro entero de lo que llamamos la realidad. No sé en cuál de sus
categorías podemos incluir la carta que Carles
Puigdemont acaba de enviar a Mariano Rajoy. Se le requería un Sí o un No a una declaración de
independencia que muy poco importa si fue o no fue declarada (o declamada),
porque los efectos, en ambos casos, son los mismos. Media Cataluña
sentimentalmente ofendida, marginada y media Cataluña feliz, exultante.
Demasiado ruido sentimental para tan pocos hechos.
Pero acabo de leer la misiva de Puigdemont. Me ha parecido pobre,
decepcionante, sin recursos ni estilo literario. Pura retórica funambulista de
quien no tiene un discurso propio y creíble al que aferrarse. ¿Son simbólicas,
imaginarias o reales sus peticiones, su voluntad de no responder a lo que se le
demandaba yéndose por las ramas, las quejas por la represión, las citaciones de
los jueces, la congelación de las cuentas, el artículo 155 que se le viene encima
o esa receta brumosa del diálogo como antídoto mágico contra la tozuda realidad?
Esta mañana toda España (excepto la que lucha de veras contra
el terrible fuego en Galicia), toda Cataluña y todos los tertulianos de las televisiones,
todos los bots de las redes sociales
y todos los opinadores de la prensa (como yo mismo y mis circunstancias) estamos
perdiendo miserablemente el tiempo analizando las palabras de un personaje, como
Puigdemont, que no alcanza a ser imaginario y, así, significante, seductor, que
no logra ser simbólico y, por lo tanto, mítico, relevante, que no logra ser
real y, por ello, convincente e imprescindible. ¿Quién dijo que leer a Lacan
era un anacronismo? Lo dije yo, pero no iba en serio.
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