LA TELARAÑA: La hora de las querellas

martes, octubre 31

La hora de las querellas


La Telaraña en El Mundo.



 He asistido desde lejos (y por televisión, que es la mejor manera de ver temblar las torres de Nueva York o repiquetear el cielo en llamas de Bagdad) a tanta torpeza dialéctica, desvergüenza emocional y fanatismo político estos días pasados -desde el viernes negro de la independencia y la república catalana declamadas, como en un monólogo de Hamlet, contra la realidad inexcusable y democrática de las cosas hasta las primeras horas, frágiles, algo tímidas y puntillosas, de la lenta aplicación del artículo 155- que casi no puedo describir el horror y la desidia que he llegado a percibir porque se me han mezclado con las náuseas, la tristeza, el aburrimiento infinito y las ganas, en fin, de salir corriendo hacia cualquier lugar donde aún se pueda respirar sin que se desate la asfixiante y ruidosa crispación del odio, la dentera chirriante del autoritarismo, la incontinencia verbal, la salvajada inconcebible de los representantes de menos de media Cataluña asesinando, en vivo y en directo, la libertad de todos y la suya propia. La hora de las querellas parece que será muy larga. Larguísima.
 En Baleares, por desgracia, pero no sólo por desgracia, porque alguien les ha votado, nos gobiernan unos políticos de talante muy similar a los que han convertido Cataluña en un desastre de proporciones telúricas, bíblicas o cómicas, una minoría ideológicamente heterogénea y populista, que no acaba de entenderse en sí misma o por sus rasgos distintivos, sino sólo por su acerada voluntad de gobernar a toda costa y consolidar el nacionalismo catalán en la administración, la sanidad, la cultura y las aulas de la sociedad mallorquina como forma unívoca de llegar a lugares parecidos y catástrofes similares al imaginario de la secesión catalana. En ello están desde hace décadas. Y los sucesivos gobiernos de España (incluidos los del Partido Popular en Baleares) mirando y poco más. Buenas vistas, imagino.
 Con todo, hay dos personajes que me hicieron sentir, si no triste, sí bastante avergonzado. Vergüenza ajena, lo llaman. Me refiero a José Montilla y Francesc Antich. El primero no tuvo mejor ocurrencia, al concluir la votación del 155 en el Senado, que organizar un discurso ante los medios para atacar a unos y otros y justificar su ausencia de la votación final, su falta de compromiso con la libertad y la democracia, su histórica sumisión a un separatismo que no hace falta que les diga cuánto tiene de socialista. Antich, por su parte, aunque se abstuvo de discursos, por falta de audiencia, supongo, tuvo la desfachatez de desertar, también, de la votación y negarse a ser la voz de la mayoría de los mallorquines para convertirse en el vocero de Francina Armengol y sus aliados. Con socialistas así quién teme a los nacionalistas.


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