El infierno de los otros
La Telaraña en El Mundo.
Un referéndum para saber si hay que hacer otro referéndum
que nos permita, a su vez, otro referéndum que, con elecciones locales,
autonómicas o generales de por medio, legitime los referéndums que aún puedan
hacernos falta para que los diversos mantras de la actualidad que tanto parecen
preocuparnos, fíjate tú, como las liturgias de la identidad, las entelequias
étnicas, el peso específico de las raíces, el aura lingüística de los
territorios y, en especial, el vaivén jerárquico y sacrosanto, este sí, de las
balanzas fiscales, sean sometidos, taxativa y disciplinadamente, a una nueva
tanda de referéndums, de nuevo con elecciones locales, autonómicas o generales
de por medio, que serían más o menos vinculantes para un futuro nacional,
internacional y hasta galáctico repleto de sucesivos referéndums que habría que seguir realizando
cada poco tiempo para que todo fuera, y siguiera siéndolo siempre, absolutamente
democrático, absolutamente político, absolutamente sectario, absolutamente estúpido.
Esta sería, más o menos, la propuesta de reforma
constitucional que ha publicitado Carolina
Bescansa y que, en principio, no parece que vaya a ser aprobada por los
círculos teledirigidos (o fagocitados por Pablo
Iglesias) de Podemos. Es de suponer que, con el paso de los días, otros
partidos políticos irán ofreciéndonos también sus ideas al respecto. No es
fácil, en efecto, reformar una Constitución sin que se te vengan abajo los
principios, cuando estos principios ya no son los cimientos básicos de la
convivencia, sino que se han convertido, por desgracia, en meros adornos, en
banderas e himnos impostados, en fatuas armas arrojadizas, en vagas señas de
una identidad fantasmal que ya no vale nada, porque no tiene unos cimientos
comunes donde manifestarse y hacerse fuerte, unos principios de todos donde
hallar su propio reflejo, unas asideras fuertes y solidarias a las que
aferrarse cuando sobreviene el vértigo. Siempre acaba sobreviniendo el vértigo.
Vivir no es fácil; y vivir juntos lo es todavía mucho menos.
La familia, la familia política, los amigos, los conocidos. Los vecinos, los
compañeros de trabajo, la gente con que nos relacionamos en las redes sociales.
Todos pueden dar fe, desde su situación particular, de lo difícil que puede resultar
entenderse y llegar, sobre todo, a acuerdos beneficiosos para todos. Porque
vivir es exactamente eso: llegar a acuerdos más o menos productivos, aquilatar
complicidades, más o menos firmes o volátiles, donde la realidad de cada uno
tome asiento junto a las realidades de los demás, sin espantarse más de la
cuenta por lo que ve o por lo que oye.
Habrá que desmitificar, tal vez, el infierno de los otros y asumir, en
su lugar, el infierno propio. No es un lugar agradable, pero es ahí donde
realmente vivimos.
Etiquetas: Artículos
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