De Son Banya a Tokio
La Telaraña en El Mundo.
Estaba repasando las dudas, las vacilaciones, los pasos en
falso, las mentiras a medias, los enormes silencios, los quiero y no puedo, el
inmenso catálogo, en definitiva, de la dejación y la desidia, de la impotencia
y la falta de ideas con que el Pacte que nos gobierna (como tantos otros pactos
que ya nos han gobernado) está buscando la cuadratura del círculo a la hora de
intentar, por lo menos, sacar adelante el más que urgente realojo de Son Banya,
es decir, esa diáspora teledirigida de más de cien familias con hondas raíces
en el desarraigo de la marginación y la droga hacia no se sabe dónde, aunque en
la baraja maldita de los lugares presuntamente escogidos por los estrategas de
asuntos sociales (y urbanismo, infraestructuras
y vaya usted a saber cuántas disciplinas más) parece que están, entre otros,
Son Gotleu, Verge de Lluc y la Part Forana.
La verdad, lo triste, quizá lo humano y, a la vez, lo
inhumano, es que nadie parece querer acoger de buen grado el desembarco final
de esas familias en su territorio, en la colmena vital que consideran suya, en
ese paraíso o infierno en el que van sobreviviendo con sus carencias y sus
problemas propios, con su idiosincrasia de cuatro calles y nueve esquinas, con
su ley no escrita de protegerse los unos a los otros y todos de los que puedan
venir de fuera y traerles, en vez de paz y bienestar, más tensiones y
conflictos que sumar a los que ya atesoran. La vida en los barrios de Palma
sólo da para malas novelas plagadas de detectives sin nadie a quién vigilar, asociaciones
de vecinos con vocación de sindicatos verticales, críticos literarios que se
hacen pasar, sin pudor, por escritores más allá del bien y el mal y mujeres
que, por desgracia, ya no son fatales. Esa pérdida es irreparable.
Estaba repasando estos problemas más que existenciales,
distributivos, de la vivienda, estas convulsiones de la noche de la
inteligencia entre los surcos concéntricos del cerebro, esta locura y este
oxímoron cotidianos de la verdad, la libertad, el pensamiento, el arte, la
bolsa o la vida, convertidos en un burdo eufemismo cuando me encontré, de
repente, con un suelto que hacía referencia al auge de los hoteles cápsula de
Tokio, esos nichos, cabinas, celdas donde el espacio vital de un ser humano
ronda los dos metros cuadros: un lecho donde retozar con aire acondicionado,
teléfono, televisión, wifi, el auténtico paraíso donde conectarse a la nada y
cerrar profundamente los ojos. Como me apetece conocer Japón he consultado en Booking su precio actual: unos 50 euros por
persona y noche. Me río, pues, de Airbnb.
Y creo que hasta en Son Banya uno puede dormirse -gratis total- con vistas al
cielo repleto de estrellas, misiles, drones o, quizá, ángeles. Nunca se sabe lo
que nos deparará el futuro.
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