LA TELARAÑA: Danzando entre morfemas

sábado, septiembre 15

Danzando entre morfemas

La respuesta al debate de los sábados en El Mundo: ¿El Govern ha cumplido su compromiso de garantizar la libre elección de lengua?
 
 No. Pero aquí hay un error muy grave, o quizá dos, de concepto. No debiéramos ser frívolos ni indiferentes al respecto de la libre elección de la lengua en la enseñanza -pero tampoco en la vida más allá de las aulas- cuando tenemos a nuestra entera disposición, y casi que de oficio, no una, sino dos lenguas y que cada una ocupa su lugar especial -el que queramos darle, como es lógico- en nuestro propio corazón y, asimismo, en nuestra garganta, en algún lugar escondido por entre las cuerdas vocales. Y no sólo ahí. También en el cerebro y en su naturaleza única de sólo dar consistencia real a las ideas, a los dislates, al raciocinio -quizá metafísico, homérico o hasta silencioso- del día a día, a través del lenguaje. Es decir, gracias a una de esas dos lenguas o de las dos a la vez y hasta de alguna otra, extranjera, eso le decimos, que nos agenciamos con no poco esfuerzo. No hay nada, pues, que no sea, primero, lenguaje y luego, discurso, lengua, gramática, sintaxis, declinación, tumulto de vocales y consonantes. Morfemas.
 Pero el idioma que usamos de preferencia -sea el que sea- no puede ser, y no lo es nunca, el fruto de una imposición ajena. Los territorios no tienen lengua. Son las personas, una a una, las que las heredan y hacen suyas, si quieren, y las llevan a su vida cotidiana y las convierten en herramientas de introspección y búsqueda, de comunicación. Bajo estas premisas, uno no puede contemplar nuestro panorama lingüístico sino con el mayor escepticismo. Y con asco, a ratos.
 El Partido Popular, como es obvio, no ha cumplido lo prometido y poco me importa si Rafael Bosch dice que son cuatro o cinco las denuncias que ha recibido, o si son mil o un millón. Hay temas que cuando nacen ya muertos, como la inefable Ley de Normalización Lingüística -que ellos mismos pusieron en marcha- sólo pueden ir a peor. Y en el olor de su putrefacción es donde ahora estamos. Cómo apesta.
 

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