Hay que andarse con mucho tiento con las metáforas, porque
no siempre dicen lo que quieren decir y sucede, entonces, que ya no sirven para
nada. Me quedé unos instantes analizando la última apostilla del dirigente de
ERC, Joan Lladó, sobre que la sangre
que nos une, a mallorquines y catalanes, es más espesa que el agua que nos
separa.
La metáfora, siendo ecuánimes, no es absolutamente
desechable ni tampoco risible, porque se maneja bien en terrenos pantanosos.
Tiene de casi todo. Un algo de física y otro de química. Un trasfondo muscular
fuerte y tenaz -que no en vano Lladó nació en Manacor, como Rafael Nadal- y una peculiar halitosis
verbal que, aunque nos pudiera confundir o marear, no hace sino demostrar la
nostalgia de algunos para con los paraísos perdidos.
Ni siquiera la sangre, hoy en día, en tiempos de
globalización y mestizaje, es más espesa que el grumo en que se nos ha convertido
el agua que nos rodea. Sólo eso podría explicar que los vasos comunicantes
entre unos y otros -entre todos- anden tan poco comunicativos, tan distantes y
airados, tan sujetos a las mareas gregarias del nacionalismo o la ceguera que
fuere. Tan obtusas como el mismo mar Mediterráneo, donde antes nacían culturas y
ahora sólo naufragan.
Etiquetas: Artículos
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