La verdad es que no estoy muy puesto en el tema de las
pulseritas de colores, aunque conozco a bastante gente que las llevan y lucen
sin problema alguno. Ignoro, eso sí, por y para qué lo hacen; pero es que
preguntarles si son distintivos de alguna discoteca tras una noche gloriosa de
farra o si son simples cadenas ideológicas, que le pillan a uno en un trance de
solidaridad trémula y luego ya no le sueltan, no me parece correcto. Allá cada
cual con lo que se cuelga de las muñecas, del pecho o de la napia. Como si de
otras partes más o menos nobles.
Quiero decir, pues, que no tengo la costumbre de andar
exhibiendo mis cada vez más escasas filias y fobias. Que uno empieza y acaba
mirando el mundo con tanta curiosidad como indiferencia y que, al final, todos
los colores le parecen el mismo. Y quizá lo sean.
Pero lo que no acabo de entender es que María Salom, con motivo de la Diada del Consell de Mallorca, reparta
cinco mil pulseras con la bandera mallorquina por montera. Primero, porque se
me antoja un gasto superfluo, haya costado lo que haya costado. Y segundo,
porque no hay forma de competir con los lazos lingüísticos de los que creen que
Mallorca es tierra de ultramar. Tierra conquistada y, por supuesto, abatida.
Etiquetas: Artículos
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