Es cierto que, a veces, me callo parte de lo que opino; por
pereza, comodidad o porque no procede. O porque soy mallorquín, como es bien
sabido. Pero hay un componente de la sinceridad, muy sutil, que es el pudor del
silencio cuando no queremos herir a nadie por una simple cuestión de opiniones
y gustos relativos, de cultura aprehendida de forma distinta.
Estas elipsis pasajeras no sólo acontecen ante la
actualidad, sino también ante anécdotas de la vida misma. Recuerdo a un chaval
componiéndose pantalón vaquero y slips
de marca, para que estos últimos quedasen bien a la vista. Pensé en Cantinflas, pero no dije nada. O a una
joven reajustándose los pechos para que no le huyeran del corpiño que lucía.
Ahí, como el encaje era arduo, sí que me quedé un rato observándola. Pero
tampoco dije nada.
Quien sí debiera aprender a decir las cosas de otra forma es
el Ministro de Cultura, José Ignacio
Wert. Es un dislate decir que quiere españolizar a los alumnos catalanes (y
así, a los mallorquines). Primero, porque no se puede españolizar lo que ya es
español y, segundo, porque mezclar educación con proselitismo es caer en el
mismo vicio de los nacionalistas. Sólo con hacer cumplir las leyes debiera
bastar. Y sin abrir la boca, oigan.
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