Ignoro cuál es el auténtico lugar donde se ha celebrado, de
veras, el habitual debate sobre el estado de la nación. Obviaré las retóricas preguntas
de costumbre -¿qué estado, qué nación?- porque no estoy como para retortijones
dialécticos ni alcanzo a discernir, tampoco, si el debate acaba de celebrarse
en los hangares del Congreso o si toda esa farsa entre Rajoy, Rubalcaba y sus
respectivas guardias pretorianas es sólo un retorcido reflejo de lo que sucede,
paralelamente, en el día eterno y gris de los juzgados de guardia. Donde las
rampas y las grabaciones inverosímiles, por ejemplo.
Pero igual da. O qué importa. Sus señorías chirrían tanto
que el presunto enfermo (nacional, autonómico y quizá federal) no puede sino
revolverse inquieto y desvelado. El símil médico se nos agota pronto, porque cuesta
mantener la calma cuando los diagnósticos de unos y otros acaban siendo
opuestos y hasta contradictorios. A estos galenos, que dicen auscultarnos, no
parece caberles el cuerpo social entre las manos, el pecho y las consignas
electorales. La sombra oblicua y rancia de sus incurables promesas.
Parece, en cambio, que el debate esencial se acaba consumando
extramuros: al trasluz, entre ebrio y dislocado, de las redes sociales y las
tertulias televisivas, esas abarrotadas peluquerías del alma donde los expertos
alardean de su tórrido ingenio y hasta pierden el oremus con tal de barrer todo
lo que se mueva y dejarnos sin ningún desagüe que funcione de tanto pelo,
pelusilla o pellejo entero como esparcen. Curioso derroche.
Etiquetas: Artículos
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