LA TELARAÑA: La gran belleza

martes, febrero 18

La gran belleza


La Telaraña en El Mundo.
  
 El cine, a veces, nos depara sorpresas que ni en el mejor de los sueños. O sólo en ellos. Abro los ojos (o los cierro, ya no sé) y dejo que la fascinación me venza. La gran belleza inteligente, caótica y decadente de Roma me resulta reconocible y me sobrecoge, desde luego, pero son las palabras de Gambardella, el escritor que ya no escribe (pero que escribió una vez y se vació, quizá, del todo) las que, en definitiva, me desarman trasladándome a otro pasado en el que también fui derrotado; y era joven y me creía inmenso. No hay, pues, dolor ni placer, simetría o consuelo, en ese viaje, sino sólo una sonrisa agridulce y una única sospecha taladrándonos las sienes. Nada es, en fin, tal y como lo imaginábamos; pero eso no es demasiado grave. A veces, hasta es mejor.
 Con todo, el tiempo acaba poniendo cierto tipo de orden en nuestras vidas. A un lado, la pancarta de salida y al otro, la de llegada. Hay una niebla espesa sobre ambas y algo así como un extraño rumor parece precedernos, igual que lo vamos dejando atrás. Ni el próximo paso que daremos, ni el que ya dimos, son seguros. Ni ciertos, ni tampoco fiables.
 Puede que la memoria nos engañe ahora como siempre, aunque creamos, con Gambardella, que a nosotros (como a casi todos) también nos abandonó una mujer cuando teníamos dieciocho años y el tiempo aún no era un problema, sino un puente tendido hacia ninguna parte: uno mismo o el futuro, quizá esas largas frases retóricas que nunca acabamos de decir por completo, aunque quisiéramos. Cómo no. Qué error, supongo.

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