Del noble arte del autorretrato (que era introspección y
búsqueda más allá de la máscara diaria) a la compulsión del «selfie», esa foto
que uno se hace a sí mismo con el efecto colateral de la cara picuda que se nos
queda cuando el fogonazo de la luz, la longitud del brazo y el temple del
objetivo no dan abasto y la composición se reduce a un mal gesto y a un guiño, acaso
tullido, pero revelador: nos fotografiamos para vernos tal y como nos ven los
demás. El resultado no puede ser más horrible ni descorazonador. Pero pelillos
a la mar.
No tuve, la otra noche, la paciencia y el humor necesarios
para soportar la ceremonia de los Premios Oscar, aunque este año sí que había
algunas buenas películas. Se ve que la crisis espabila a todos y a los
publicistas, mucho más. La fotografía que resume la gala es la de Ellen DeGeneres, con Meryl Streep, Brad Pitt, Angelina Jolie
o Julia Roberts, entre otros,
delante de la cámara de su flamante móvil. Enseguida, la imagen estaba en
Twitter y, al rato, ya era la más “retuiteada” de la historia. Así se escribe,
ahora, la ficción por entregas de la fama o el terror: vertiginosamente.
Me da, pues, que el uso indiscriminado y masivo de la
palabra y la imagen en las redes sociales no hace sino rebajar de realidad la
realidad, diluir el discurso de las cosas y alejarnos del sueño idílico de una
república universal de las letras y las artes. Pero no sé si lamentarlo o si
poner cara de resignación, mientras disparo una foto tras otra por ver si
alguna, al fin, me hace justicia. Qué va.
Etiquetas: Artículos
1 Comments:
Pues sí, tanto megapíxel es un poquito mortificante para el amor propio, pero por suerte los ojos de los otros se parecen más a los nuestros.
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