Creo que esta noche he soñado que al entrar, primero en
Facebook y luego en Twitter, me encontraba con el no sé si desolador o
refrescante panorama de no tener absolutamente ningún amigo. Ningún admirador,
seguidor o acólito. Ningún lector, ningún escriba. Ningún alma gemela
dispuesta, de vez en cuando, a leer y compartir mis palabras; a ponerme,
siquiera sea por compasión o inercia, un ansiolítico y hasta reparador «Me
gusta».
Esto debe ser el fin del mundo, pensé, repasando los muros
vacíos donde recordaba haber dialogado (y hasta pontificado) sobre lo humano y
lo divino, sobre el sexo de los ángeles y sobre los ángeles mismos, al fin
caídos y convertidos en los seres más heridos del universo: abocados a la
confusión y al ruido infernal de Babel, esa tertulia televisiva, virtual,
lenguaraz y eterna. Seres al borde de un precipicio y con ganas, vaya por dios,
de dar un paso al frente.
Pero es ahora, en vivo y en directo, cuando advierto las
oscuras razones de este sueño. Buceo en internet sin más brújula que el deseo
de encontrar algún sucedáneo de la luz o la palabra. Algún silencio, tal vez,
bajo el que guarecerme. Lo encuentro al descubrir que el lunes (al sol tímido
de enero) en que escribo esta columna (ayer para el lector) es el «Blue
Monday», el tercer lunes del año y, según exóticas fórmulas más o menos
matemáticas, el día más triste del año: el día ideal para haberse dejado el
alma en el botellón de Sant Sebastià y amanecer, luego, entre estas líneas sin
más compañía que una maldita e insuperable resaca.
Etiquetas: Artículos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home