Debo llevar unos quince años dando vueltas por internet. He
navegado a pedales, a rastras y hasta en patera. He naufragado, pues, muchísimas
veces sin darme por vencido, sin dejar de seguir buscando esas islas
misteriosas, esos lugares paradisiacos (quizá fuera del espacio y el tiempo)
donde reunirse con otros náufragos, compartir experiencias y aprender a
sobrevivir, a dominar el lenguaje común del pensamiento y afrontar, así, la
extraña conjunción del software y el hardware: el dilema alquímico de la forma
y el contenido, la ética o la estética, que desde siempre he deseado resolver.
En la literatura como en la vida.
No existían, al principio, Facebook o Twitter y hasta el
concepto mismo de las redes sociales era una quimera que apenas sí vislumbrábamos
en nuestras refriegas contra el tiempo medido de las operadoras telefónicas.
Vivíamos entre la empatía y el conflicto verbal de los grupos de noticias (o
newsgroups) y la entrañable oscuridad de los canales del IRC Hispano.
Vengo, pues, de un universo donde no había foro de discusión
en que no cohabitaran los que daban lo mejor de sí mismos y los que sólo buscaban
provocar y pescar, quizá, en el posterior río revuelto. Los troles eran, ya
entonces, parte esencial de internet y, por lo visto, siguen siéndolo en
nuestros días, ahora mismo. De momento, están haciendo estragos en el Ayuntamiento
de Madrid. Habrá que ver cómo les va por Palma, la ciudad que ya rige José Hila, gracias al estar sin estar
del todo, pero estando, de Podemos, sus marcas y asambleas.
Etiquetas: Artículos
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