Asisto al discurrir de los acontecimientos en Cataluña con inquietud,
sí, pero, sobre todo, con perplejidad, con el asombro y la sorpresa invencibles
del que observa la realidad y no acaba de creérsela. Me pasa igual en Baleares,
con Noguera en Cort o Picornell en el Parlament, pero ya me
ocuparé de ellos otro día. En efecto, no es normal lo que parece estar
ocurriendo en Cataluña. No es asumible que una minoría más o menos cualificada
y más que menos revuelta, por muy cercada que se sienta por los tribunales, se pase
por el forro de sus caprichos toda la legalidad democrática para buscar la
salida del asfixiante laberinto de la situación actual con la celebración de un
pintoresco referéndum de autodeterminación y la inmediata declaración de una
independencia que, se mire como se mire, no puede ser de ninguna de las
maneras. Para un golpe de estado de ese calibre harían falta armas mejores y
también - ¡ay! - más contundentes.
Mientras tanto, ignoro qué va a hacer el gobierno de Rajoy de aquí al 1 de octubre. No sé si
va a seguir sin hacer otra cosa que encomendarse a los designios puntuales del
Tribunal Constitucional o si, finalmente, tendrá que acudir, como mínimo, al artículo
155 de la Constitución para intentar, no suspender la autonomía catalana, que
ese no es el fin del artículo, sino obligarla a cumplir íntegramente la ley. Sin
duda, es un texto muy complejo ese artículo 155.
La semana pasada, Pedro
Sánchez instaba a Rajoy a dialogar y negociar con Puigdemont y compañía. Es una buena declaración de intenciones, en
efecto, pero necesitaríamos que Sánchez tuviera a bien detallarnos de qué se
puede dialogar y negociar, de forma efectiva, con los independentistas o con quienes,
como la CUP, les cubren, de momento, las espaldas. ¿Hasta dónde puede la estupenda
“nación de naciones”, que según Sánchez es España, negociar con sus naciones
interiores, cuando estas le salen ariscas y con ganas de tomar las de
Villadiego? La verdad es que no tenemos ni idea, pero nosotros no somos
políticos ni vivimos de gestionar las vidas ajenas; con la nuestra nos basta y
hasta nos sobra.
Hace unos días, Felipe
González, Aznar y Zapatero -es decir, la mismísima trinidad
presidencial al aparato- rondaron ese tenebroso artículo 155 y otros conceptos,
entre ellos el del autoritarismo, sin atreverse a confesar, ninguno de ellos,
que buena parte de lo que está ocurriendo ahora es fruto, tal vez, de sus
respectivas políticas en el pasado. Cuando un problema no se soluciona a tiempo
se acaba enquistando, se infecta, se gangrena, se pudre. A ver, ahora, cómo
cauterizamos esa herida (o extirpamos ese tumor) sin que el cuerpo entero del
enfermo se nos caiga a pedazos. Urgen pócimas milagrosas. Ungüentos mágicos. Urgen
ideas.
Etiquetas: Artículos
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home