Bestiario español
La Telaraña en El Mundo.
Abro Bestiario Español, el libro de semblanzas de Justo Serna en la editorial Huerga y
Fierro (Madrid, 2014) y observo desfilar, entre muchos otros, al Rey Juan
Carlos, a Franco, Zapatero, Felipe González, Manolo Escobar, Aznar, Torrente,
Berlusconi o Belén Esteban y me dejo llevar por esa especie de Guernica
literario que constituye un país llamado España, un país que siempre está en
llamas, siempre en ebullición, siempre a punto de alcanzar esa frontera
metafórica de la que sólo se sabe que, cuando se llega a ella, no hay forma de
volver atrás, de regresar a la inocencia previa del instante en que aún
hubiéramos dado la vida por algo. Ya no la daremos, salvo a cambio de nada,
porque hay que ser absolutamente desprendidos (o, quizá, modernos, como dijo Rimbaud) cuando de lo que se trata es
de perderlo todo sin añorar nada. De eso trata la vida.
Podemos, pues, cerrar con tranquilidad los ojos y dejar
vagar nuestra mirada interior por los rincones que nunca podremos iluminar del
todo: ni falta que hace, por supuesto. La lucidez tiene estas cosas, nos
enfrenta a estos problemas irresolubles, estos desengaños inmensos, casi
cósmicos, estas decepciones catastróficas, este acabar sintiéndose, pese a todo,
muy a gusto en el estúpido callejón sin salida de la vida, porque no hay ni
puede haber nada mejor ni más fructífero que eternizarse en el laberinto, que
olvidar el paso marcial y musculoso del tiempo y sus infinitas servidumbres,
que perderse definitivamente en sus calles suspendidas en la niebla y caer
derrotado una y mil veces en sus rotondas de pega, en sus alcantarillados de ficción,
en sus miradores ciegos y en sus abismos aplastados por el plomo sangriento de
la noche cuando ya ha anochecido y, en efecto, no hemos llegado a ninguna
parte. No hay donde llegar, pero el viaje, sin embargo, es inmenso. Siempre lo
ha sido, siempre lo será.
Abro Bestiario Español, el libro de semblanzas
de Justo Serna y le agradezco al amigo, al semejante, pero también, y sobre
todo, al escritor, que no le tiemble el pulso para ser capaz de desaparecer del
todo, de borrarse por completo del mapa, mientras van desfilando, como
cadáveres exquisitos en sus propias exequias, todos los personajes del libro,
los que nos son más cercanos y los que no, los que perfilan, arremolinados,
nuestra existencia actual, los que nos han conducido, incluso a nuestro pesar,
hasta el instante presente. Cierro ahora el libro y leo algunas de las
atrocidades que mis amigos (sic) en Facebook han escrito. Hago lo mismo en
Twitter y también con los memes que me llegan vía WhatsApp. Creo que nunca
había estado tan comunicado y me había sentido, sin embargo, tan solo. Pero no todo está
perdido, aún nos quedan los libros, algunos libros. Menos mal.
Etiquetas: Artículos, Literatura
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