No resulta agradable mirar alrededor y sentir una inmensa vergüenza
ajena. Por un lado, la violencia se ha instalado, aprovechando la falsa
percepción del anonimato, en las redes sociales y parece andar, también, camino
de llegar a las calles y plazas, a la deriva torrencial de la vida cotidiana y
a la minuciosa o, quizá, delirante historia de los días en que vivimos. Haré un
breve inciso: no vivimos todos los días que vivimos, sino sólo aquellos días
afortunados que nos paramos a pensar en lo que hacemos, aquellos días escogidos
en que nos detenemos a mirar el horizonte o a imaginarlo siquiera, porque hay
niebla, hay bruma o hay un muro enorme donde no lo imaginábamos, aquellos días
que grabamos en la memoria para revisarlos, tal vez, mucho más adelante, cuando
no nos importe reconocer que casi todo lo hicimos mal o lo hicimos a medias. A
mí me gusta recordar aquello en que pienso que fallé, en que creo que no di,
tal vez, la talla: me reconcilia con los perdedores que me rodean sin que me
ciegue ningún glamur, ni siquiera el del espejo. No hay ningún glamur en ser, una
vez y otra, derrotados.
Pero mirar alrededor es un ejercicio de estilo muy doloroso.
Quizá desquiciante. Uno casi diría, tal vez, que la infamia general tiene forma
de pirámide funeraria y que, contra todo pronóstico, arriba del todo, en lo más
alto y en lo más escarpado de la escala social, en el lugar, quizá, más
preminente de entre todos los lugares, están siempre (y desde siempre) instalados,
en vez de los mejores, los peores, los menos ilustrados, los más advenedizos,
los que perciben el mundo sólo a su propia imagen y semejanza, los que le ponen
bridas sectarias y absolutamente partidistas, los que lo saquean con su
mediocridad y avaricia, los que lo constriñen con sus carcasas ideológicas, con
sus negras mordazas más o menos tullidas o abanderadas. Nadie debería, en fin,
llegar a sentir en vida ninguna mortaja envolviéndole a destiempo, ninguna soga
acariciándole, como una amenaza letal, el cuello.
Podría hablar ahora sobre la vergonzosa toma de postura de
Més per Mallorca en contra de la legalidad constitucional y a favor del
golpismo secesionista. Ellos están en el poder, así que ellos sabrán a qué
legalidad se deben. Yo recuerdo, ahora, una enloquecida noche en llamas del
siglo pasado en que amanecí en el antiguo hospital de Son Dureta con la primera
vértebra cervical quebrada. Ser un superviviente me confiere, en efecto, un
aura especial, aunque ello no suponga, por supuesto, mayor mérito que haber
tenido mucha, muchísima, suerte y un buen equipo médico a mi entera
disposición. Ojalá esta sociedad nuestra tenga a mano, cuando más lo precise,
ese equipo médico prodigioso capaz, si no de hacer milagros, sí de intentarlos.
Falta nos hará.
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