LA TELARAÑA: La hora de los milagros

viernes, septiembre 22

La hora de los milagros


La Telaraña en El Mundo.

 No resulta agradable mirar alrededor y sentir una inmensa vergüenza ajena. Por un lado, la violencia se ha instalado, aprovechando la falsa percepción del anonimato, en las redes sociales y parece andar, también, camino de llegar a las calles y plazas, a la deriva torrencial de la vida cotidiana y a la minuciosa o, quizá, delirante historia de los días en que vivimos. Haré un breve inciso: no vivimos todos los días que vivimos, sino sólo aquellos días afortunados que nos paramos a pensar en lo que hacemos, aquellos días escogidos en que nos detenemos a mirar el horizonte o a imaginarlo siquiera, porque hay niebla, hay bruma o hay un muro enorme donde no lo imaginábamos, aquellos días que grabamos en la memoria para revisarlos, tal vez, mucho más adelante, cuando no nos importe reconocer que casi todo lo hicimos mal o lo hicimos a medias. A mí me gusta recordar aquello en que pienso que fallé, en que creo que no di, tal vez, la talla: me reconcilia con los perdedores que me rodean sin que me ciegue ningún glamur, ni siquiera el del espejo. No hay ningún glamur en ser, una vez y otra, derrotados.
 Pero mirar alrededor es un ejercicio de estilo muy doloroso. Quizá desquiciante. Uno casi diría, tal vez, que la infamia general tiene forma de pirámide funeraria y que, contra todo pronóstico, arriba del todo, en lo más alto y en lo más escarpado de la escala social, en el lugar, quizá, más preminente de entre todos los lugares, están siempre (y desde siempre) instalados, en vez de los mejores, los peores, los menos ilustrados, los más advenedizos, los que perciben el mundo sólo a su propia imagen y semejanza, los que le ponen bridas sectarias y absolutamente partidistas, los que lo saquean con su mediocridad y avaricia, los que lo constriñen con sus carcasas ideológicas, con sus negras mordazas más o menos tullidas o abanderadas. Nadie debería, en fin, llegar a sentir en vida ninguna mortaja envolviéndole a destiempo, ninguna soga acariciándole, como una amenaza letal, el cuello.
 Podría hablar ahora sobre la vergonzosa toma de postura de Més per Mallorca en contra de la legalidad constitucional y a favor del golpismo secesionista. Ellos están en el poder, así que ellos sabrán a qué legalidad se deben. Yo recuerdo, ahora, una enloquecida noche en llamas del siglo pasado en que amanecí en el antiguo hospital de Son Dureta con la primera vértebra cervical quebrada. Ser un superviviente me confiere, en efecto, un aura especial, aunque ello no suponga, por supuesto, mayor mérito que haber tenido mucha, muchísima, suerte y un buen equipo médico a mi entera disposición. Ojalá esta sociedad nuestra tenga a mano, cuando más lo precise, ese equipo médico prodigioso capaz, si no de hacer milagros, sí de intentarlos. Falta nos hará.

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