Y de repente, tras la larga noche del referéndum que no fue,
la tristeza. El paisaje gris y otoñal, que observo afuera, en las calles, y
también adentro, al auscultarme las arrugas de la frente y sentir un extraño
temblor tanto en la comisura de los labios como en las yemas de los dedos. No
es fácil, en efecto, escribir sobre algo que nos duele, preocupa e impresiona,
sobre algo que sentimos como nuestro, aunque sabemos que no es sólo nuestro; también
es de otros, de muchísimos otros. En todo ello pienso, ahora, mientras me
invade cierto pudor biográfico, que no conviene desvelar más allá de su
enunciado, y que me obliga a ser cauto, reflexivo, tal vez pragmático: me
obliga a ser todo aquello que, quizá, no soy.
Y de repente, la tristeza, pero no sólo ella, también la
indignación, al comprobar que cuatro décadas de dejación política sólo podían
conducirnos al caos. Aquí estamos. No se puede dejar, como ha sido la norma
desde 1978, la educación y la cultura en manos de las minorías nacionalistas
sin que la sociedad resultante se transforme a su imagen y semejanza y se
convierta, poco a poco, en una monstruosa red clientelar donde el cóctel de la
militancia subvencionada y la manipulación sentimental acaba resultando tan explosivo
como un cóctel Molotov. Ayer estalló, de alguna forma, en Barcelona.
Y de repente la tristeza y la indignación, pero también el
asco. Circulan por las redes sociales, cara al exterior, multitud de imágenes
manipuladas de una violencia policial que fue la que fue, por supuesto, pero no
la que nos intentan colar con imágenes y videos añejos que ya estaban en Google
antes del 1-O. No seré yo quien defienda la actuación policial, pero quienes
padecimos la violencia de los grises
de Franco no podemos llamarnos a
engaño: no resulta fácil dialogar con armadura y casco, con un escudo, una
porra o una pistola en las manos. El hábito y el monje o viceversa. Con todo,
siempre nos quedará la duda de que si, habiendo sido ya declarado ilegal el
referéndum e iniciados los pertinentes litigios, hubiera sido mejor dejar a los
independendistas continuar a su aire con la farsa. Pues es muy posible.
Ahora toca abrir bien los ojos y seguir mirando el paisaje,
el paisanaje. El Pacte que nos gobierna ya está pidiendo a gritos que se
negocie con los golpistas de Puigdemont
y Junqueras, mientras Ciudadanos, de
Xavier Pericay, un soplo de aire
fresco entre tanta nube tóxica, intentan que el Parlament balear apruebe una
proposición en defensa del Estado de Derecho en Cataluña. No creo que Armengol, sumergida en su peculiar
nacionalsocialismo, permita que la propuesta salga adelante. Al contrario. La
terrible duda que nos asola es saber cuánto tiempo nos va a durar el Estado de
Derecho en Baleares.
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