Regreso al futuro
No sé cuántas veces he visto, en el cine o en alguna
pantalla imaginaria en mitad de los sueños más profundos, avanzar una grieta,
que empieza siendo amenazadora, pero chiquitita, y acaba siendo enorme,
inabarcable, incontenible, con sus efectos especiales a cuestas, avanzar, dije,
decía, avanzar vorazmente, estoy diciendo, por entre la gente paralizada por el
estupor o el miedo, avanzar separando, sin distinción ninguna, a unos de otros
y así a todos del mundo en que vivían hasta que se abrió la tierra y empezó
esta hipotética catástrofe, este guión que tanto nos vale para ilustrar la
situación actual en Cataluña como para hablar del desgarro, la soledad, la
convivencia rota, la historia devuelta de un plumazo a las oscuras y remotas vísperas
del 7 de octubre de 1934 cuando en el Diario Oficial del Ministerio de la
Guerra se publicó que el Gobierno de la República declaraba el estado de guerra
en todo el país porque la Generalitat había proclamado el día anterior, 6 de octubre, el Estat Catalá.
Parece, pues, que el pasado vuelve con su insufrible olor rancio
a naftalina vencida por el paso mordido del tiempo. Vuelve con su aspecto de zombi
fiero, hambriento y desnortado. Vuelve con su rostro maldito, sus ojos ausentes
y sus cicatrices repletas de gusanos, con sus mandíbulas desencajadas y sus
dientes cargados de caries negras y esfinges espectrales. Vuelve o igual no, no
vuelve; y es, entonces, que somos nosotros quienes no dejamos, quizá, de reemprender
un absurdo y atormentado viaje circular que nos lleva, una vez y otra, de
regreso al futuro y nos sitúa, al fin ingrávidos, como ausentes, casi autistas,
en el centro mismo del torbellino, del tsunami, en ese lugar exacto, en ese
vórtice extrañamente tranquilo y silencioso donde nacen todas las tormentas,
todas las grietas. ¿Lerroux se reencarnará,
tal vez, en Rajoy o viceversa? Todo
puede ser, aunque hace ya tiempo que sospechamos que no hay futuro, no
demasiado futuro, al menos, más allá de esta continua repetición de lo mismo en
que se ha convertido el simulacro de nuestra existencia, nuestro devenir, la historia,
la vida.
Salgo a la calle y me encuentro con un gentío bailando «ball
de bot» en la Plaza del Mercat. Es algo realmente espectacular. Allí un viejo conocido
se puso a hablarme de Mae de la Concha,
la «Khaleesi» de Podemos, me dijo, enfático, dejándome más atónito de lo que acostumbro
estar. ¿Qué será eso, quién? pensé, sin osar preguntárselo. Faltaría más. Al
llegar a casa tiré de Google y Wikipedia para confirmar mis peores presagios:
los hay que viven inmersos en terribles cuentos de hadas y dragones, en fatuos juegos
de tronos donde el único reino que tendría que importarnos es el que ya hemos
perdido. Cada cual debiera saber cuál fue el suyo.
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