Las flores muertas
Las flores muertas
Es cierto, siempre se decanta la suerte
(y no es ningún milagro, los milagros
no sobreviven al velo de la prestidigitación)
y las cosas, según los mandamientos
de su naturaleza, esa colisión de afectos
que me he esforzado en no olvidar nunca;
sin embargo, he perdido el sentido
muy a menudo y me he dejado llevar
por la extravagancia (la extravagancia
tiene su propio público) de esperar,
capciosamente, a que el universo
colmara mis caprichos. No lo logré,
pero qué más da el deseo si la suerte,
siempre echada y expuesta
en el diván del subconsciente,
pertenece a las flores más taimadas
(tan bellas como efímeras) de los tahúres;
y en ellas, al igual que en nosotros,
el misterio esencial de la existencia
reside en agitarse con el viento
y en desprenderse de los pétalos
(como se desnudaba Rita Hayworth en Gilda
aunque nadie llegara a verla desnuda)
tan lentamente como sea posible,
hasta que llegue la hora de las alucinaciones
y nos invada el canto espectral de las sirenas,
arrodillados sobre sí mismos el tiempo
y el espacio; y que el tapete verde
de la existencia tenga a bien sepultarnos
con ellas. ¡Ah, las flores, las yertas flores!
Qué estropicio de flores muertas, la vida.
Juan Planas Bennásar 2023