LA TELARAÑA: septiembre 2018

viernes, septiembre 28

El fascismo


La Telaraña en El Mundo.



 Siempre hui de las etiquetas igual que me dejé llevar por el abanico refrescante de los matices, por el espejismo de los sueños y las pesadillas, por las variables imprevistas e incluso catastróficas de la existencia, por el azar matemático que no es, en absoluto, azar, sino compleja combinación matemática, implacable resultado de tantas y tantas operaciones cuyas incógnitas (su razón de ser y la nuestra) no podremos nunca revelar. Ni falta que nos hace, pienso, cuando me digo que no sabríamos qué hacer con todos los enigmas de la existencia revelados, con su más que posible sinsentido global, con el absurdo incontestable de la vida puesto, al fin y quizá para siempre, al descubierto: ante nuestros ojos tumefactos como caracolas de mar envueltas en tristísimo chapapote.
 Pero el mundo ha ido simplificando su lenguaje; es decir, se ha ido achicando como un pavo real desplumado a la hora púrpura y fundacional del cortejo, se ha ido plegando como un acordeón herido y cabizbajo, sin corazón ni fuerzas como para insuflar entusiasmo alguno. Aquí dentro, en este mundo que asemeja una mala parodia de sí mismo (y quizá lo sea), estamos obligados a dar fe de la dolorosa rutina de ir viendo cómo la gente (hasta los mejores, los que alguna vez admiramos) se encoge y se hace menor y hasta mínima, en vez de mayor y, por el paso de los años, serena y reflexivamente vieja.
 Aquí dentro sentimos la asfixia como algo que crece en nuestro interior y nos ocupa del todo: nos deshabita y desahucia de nosotros mismos. Aquí dentro respiramos la ignominia general y nos asombramos de que la política parezca haberlo invadido todo; me refiero, por supuesto, a un tipo muy especial, grosero y hasta venenoso de política que nace, se alimenta y reproduce en el albañal tumultuoso de las redes sociales, los platós de las televisiones y el montaje entre cibernético y detectivesco de lo que damos en llamar las “fake news”, las noticias falsas. ¿Hay algo peor que una noticia falsa? Una detrás de otra, me temo.
 Pero hay más. En realidad, suceden cosas bastante raras. La izquierda, por ejemplo, ha encontrado su razón dialéctica de ser en considerar como fascistas a todos los que vamos y venimos de un lugar a otro sin más fe que nuestra forma de ver la vida y sentirla: nuestro escepticismo de andar por casa sin saber cuánto tiempo tardaremos en hacer las maletas. Que me llamen fascista, a estas alturas, no me preocupa; igual me lo tengo merecido por haber votado a Felipe González en su momento, en aquellos días en que éramos jóvenes y había un fascismo auténtico contra el que luchar, un fascismo que la ejemplar transición democrática dejó muy atrás y que un maldito grupo de descerebrados, hoy en día, parecen querer resucitar. Muy mala, pésima idea.


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viernes, septiembre 21

Palma y el estilo


La Telaraña en El Mundo.





 Abro el plano de Palma y lo extiendo como si fuera un lienzo 3D ante mis ojos. Una ciudad (al igual que una isla, un archipiélago, una comunidad autónoma, una nación o un estado: el paraíso o el infierno de Blake o Cristóbal Serra) es una composición de lugar y vivir en ella es sólo un laborioso ejercicio de estilo. Todo es un ejercicio de estilo. Escribir, pasear, incluso pensar o montar en bicicleta, por supuesto, son ejercicios de estilo. Damos una pedalada igual que pronunciamos una palabra al azar y la dejamos caer rodando y la perseguimos como si fuera nuestra: al alcanzarla ya es otra y así vamos escribiendo la historia de una ciudad que amamos más por sus muchos defectos que por sus infinitas virtudes.
 En efecto. Casi todos los días me pregunto qué privilegiada mente tuvo la ocurrencia de hacer pasar el carril bici de la Plaza de España por la encrucijada de todos los caminos, por el lugar exacto donde la riada de gente, que va o viene del parque de Las Estaciones o las múltiples paradas de autobuses o taxis que hay por la zona, cruza a toda prisa el corazón de la urbe, mientras los turistas, los transeúntes, los desocupados, un oso panda gigantesco, los testigos de Jehová y también los carteristas hacen corros y sacan fotos, cada uno a lo suyo, alrededor de la estatua ecuestre del Rey En Jaume o se desparraman sudorosamente por las vías peatonales hacia el mercado del Olivar o San Miguel, Olmos y el casco antiguo de Palma. Por no hablar de que las líneas dibujadas sobre el precario pavimento, sucio y roto, peligroso cuando llueve y cuando no llueve, de la supuesta plaza principal de la ciudad pasan junto a varias terrazas casi siempre repletas de gente joven, niños incluidos, comiendo y bebiendo. Montaditos, tapas y cervezas, hamburguesas, pizzas, comida china o quizá hindú; cosas así de cosmopolitas. Nuestra gloriosa gastronomía local en un pozo sin fondo.
 Pero paso por ahí casi cada día y es de ver cómo nos las apañamos para no acabar en las espectrales salas de urgencias de los hospitales tanto los que van en bicicleta o en monopatín eléctrico (que ya empiezan a ser muchos más que unos cuantos) como los que vamos, tozudamente, a pie y miramos a un lado y luego al otro y nos encomendamos a todos los santos habidos y por haber antes de dar dos o tres pasos más o menos vacilantes y logramos cruzar el vado y alcanzar, al fin, zona franca sin que nada o nadie nos asuste, nos empuje, nos haga caer, nos sepulte. Recuerdo ahora el desagradable chirrido de un par de frenos mal engrasados y todo mi profundo cariño, mucho más infantil que ecológico, la verdad sea dicha, hacia las bicicletas del verano empieza a hacer agua por todos los costados. Agua o aceite, da igual. Todo se acaba viniendo abajo, menos el estilo.



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viernes, septiembre 14

Trágala


La Telaraña en El Mundo.





 Vivimos días relativa y civilizadamente convulsos. Sin embargo, somos y queremos seguir siendo muy poco dados al tremendismo. Nos parece irrelevante que gente como Josep Borrell, poco sospechoso de sectarismo nacionalista al menos hasta que le captó Pedro Sánchez, se líe la manta a la cabeza, le prendan llamas y llagas ilustradas en el subconsciente o caiga preso, aunque solo sea de forma fugaz, del influjo volcánico y abisal del lenguaje, de las turbulencias interiores de las palabras, del fluctuante ir y venir engañoso y (más)turbador de los conceptos.
 Tanto nos da, pues, si Borrell nos dice que Cataluña es una nación y nos ponemos a contabilizar en una báscula imaginaria los argumentos históricos, los rasgos costumbristas y hasta étnicos de que así sea o pueda ser. La verdad es que nos sobran naciones igual que nos sobran estados. Abro un par de enciclopedias y me demoro en sus mapas antiguos repletos de Estados que ya no son, pero que fueron. Y repaso la actualidad de esas naciones de naciones y me da que España no puede convertirse en una de ellas porque no basta un juego malabar de palabras, un galimatías más o menos tortuoso para escapar del destino, para huir de la retórica retorciéndose, dando vueltas sobre sí misma hasta disolverse en nada y desaparecer. Un sonoro trágala le habrá de poner punto final. No sé si ustedes me entienden.
 Poco importa, tampoco, si hojeamos con el ceño fruncido el calendario festivo local y no entendemos la razón de algunas celebraciones, la cicatriz revelada de algunos homenajes, la dentera producida por la caries o por la envidia abierta, como una herida revivida, de algunos festejos centenarios.  Fuimos árabes y acaso también judíos cuando Mallorca era aún Madina Majurqa y las huestes de Jaume I nos pasaron a cuchillo el 31 de diciembre de 1229. Vaya manera de terminar el año. O de empezarlo.
 Fuimos árabes y acaso también judíos cuando, varias décadas de asentamientos y diásporas después, el 12 de febrero de 1276, el rey Jaume II nos otorgaba la llamada Carta de Privilegis i Franqueses y nos convertía en flamante Reino de Mallorca. Tengo sobre la mesa los mapas de la época. Yo mismo los redibujo y luego los borro, al instante. Tengo sobre la mesa el estupor de los siglos. Yo mismo los convoco y luego los disuelvo, al instante. Quiero decir que me importa muy poco si los sectarios que nos gobiernan quitan diadas o se las ponen a pedir de boca (Hunky Dory: y recuerdo ahora un disco de David Bowie). Hay que ser muy como ellos son para preferir un día de exterminio, un día de apocalipsis sin más revelación que la crueldad humana, a un día de alba y gestación, de ilusiones y algarabía. Pero no hay problema. Un sonoro trágala les pondrá punto final. No sé si ustedes me entienden.



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viernes, septiembre 7

Ayudas al catalán


La Telaraña en El Mundo.




 Me digo que me vendría bastante bien (y a quién no) alguna que otra ayuda económica al catalán de esas que el Govern de Francina Armengol va dispensando graciosamente según le dicta, de forma minuciosa, la insaciable OCB, día tras día, mes tras mes, año tras año, legislatura tras legislatura. Al parecer sobra el dinero público -esa expresión, qué morbo que tiene- para las radios y televisiones, para los clubs deportivos, para la prensa afín o sin fin, pero en catalán y, además, en catalán mandarín. O casi. Ahí quepo yo, me digo. Casi que no puedo dedicarle veinte horas a la semana al catalán, porque mis artículos van por palabras y caracteres con espacios y no por tiempo. Casi que no puedo, tampoco, trabajar ni, mucho menos, vivir en catalán, porque la cuota de autónomos empieza a apretarme muy mucho la nuez y ya me cuesta demasiado sobrevivir en este batiburrillo de castellano y mallorquín medio y mal mezclados en que vivimos, como para ponerme más exquisito que de costumbre y presumir de un don de lenguas que, por desgracia, no poseo.
 “El meu sastre es ric” escribo (y la frase, de inmediato, se retuerce nerviosa en mi interior como si no estuviera del todo acabada y el cuerpo y el alma, o ambos, me pidieran más, mucho más, muchísimo más) como prueba infinita de buena, de buenísima voluntad; pero el ejemplo lingüístico me vale para empezar a calcular cuántas palabras en catalán me darían derecho, tal vez, a cobrar algún que otro subsidio lo más suculento y, sobre todo, público posible. Me da que podría añadirle a este artículo incluso otra frase en catalán. La estoy buscando. Pensando. Estoy en ello. De veras.
 Ya puedo decirme y me lo digo, una vez y otra, lo bien que me vendría alguna que otra ayuda económica al catalán. Al catalán que no soy, porque nací en estas islas que no son de nadie: ni siquiera de sí mismas. El problema es que no consigo olvidar (ni tampoco, a estas alturas, fingir convincentemente lo contrario) que no soy ni puedo ser ese catalán modélico que pasea sus lazos amarillos como sus aflautados perros y su ejemplar seny, su europeísmo ilustrado de casi siempre, su cultura más que afrancesada, salvajemente pirenaica, su dadaísta superioridad étnica, ese sueño tan de principio o fin de siglo, su sudorosa ideología de burgueses enriquecidos a lo largo de las generaciones y los tantos por ciento, su elegante y trasnochada, su olímpica voluntad de poder. No puedo alcanzar esos estándares, me digo, mientras rumio alguna que otra frase en catalán que recuerdo haber escuchado cuando era niño y todos los días eran fiesta en la casa familiar: “No diguis dois, bossot!!” o “Ja en xerrarem tu i jo”. Vaya, lástima que estas frases no me valgan para hacer méritos en catalán. Son frases mallorquinas.



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