LA TELARAÑA: agosto 2009

lunes, agosto 31

de buitres y tortugas

La Telaraña en El Mundo.


Una vez acompañé a una amiga al Monte de Piedad a empeñar un anillo, un exceso antiguo de oro y amatista, un fulgor que nos prometía la huída soñada -quizá París o Viena- y que sólo nos dio para un par de cenas y algo de alboroto. El paraíso es un lugar esquivo, un espejismo apenas entrevisto y ya perdido. Más adelante, ella recuperó su joya y acaso, también, la quimera de su viaje. Ya no lo recuerdo. Todo es efímero, como el brillo de la luz bajo las aguas turbias de la memoria, y grave, recurrente y transido, como el paso del tiempo.

Ahora, en los aledaños de aquél frustrado Olimpo, se reúnen los buitres de la usura en busca de la carroña pesada, contada y dividida. La miseria luce unas caries horribles y unos colmillos de espanto. Esto no es la crisis ni el cambio climático. No es la gripe que se insinúa. No es nada nuevo. Es la anécdota repetida mil veces. Son Gotleu en el Parlament. O viceversa. La lobotomía ética -esa clonación mutante- en que vivimos.

Pero hoy concluye Agosto, el mes más odioso. Por ello me llegué, tras superar el colapso policial de S´Hort del Rei, hasta Ses Voltes. La música de África Gallego me refrescó tanto, creo, como a Antich y a Grimalt liberar tortugas, en Cabrera, antes de torear la inminente subida de los impuestos. O quizá no. La metáfora me vale, sin embargo, para significar que tras la tempestad del agobio siempre llega la calma, y Septiembre.

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sábado, agosto 29

las tragaperras de la dignidad

La respuesta a la pregunta del debate en El Mundo: ¿Cree, como ha pedido UPyD, que todos los políticos imputados por casos de corrupción deben dimitir?





No. Manejar, invertir y hasta distraer -si procede- dinero público en la revoltosa y chispeante ruleta rusa del poder político, económico e institucional -aquí valen por igual todas las metáforas sin que ninguna se nos aparezca como única ni autosuficiente- tiene su punto, devoto o no, de levitación y vértigo transitorios, su perfil de actividad de riesgo cierto y extremo, su cariz excitante de emoción lúdica, conceptual y transgresora, su vaivén ácido y caótico de ética y estética entremezcladas como en un cóctel, no se sabe si espirituoso o explosivo, su contrapunto final, inevitable, de que tanta algarabía acaba convirtiéndose, siempre, en un ejercicio de estilo no apto para todos los paladares.

Chapotear en el barro puede ser, sin duda, vistoso y divertido, pero también bastante sucio, con los grumos a borbotones del lodo dejándolo todo perdido, chisporroteando informes -y sentencias, dictámenes, connivencias, la rapsodia de los tránsfugas, la esmerada selección fotográfica de las víctimas o la inmunidad de los célebres verdugos encapuchados- por doquier. Ante los ojos de todos. En sus narices. En las nuestras.

Pero la vida es una completa imputación en sí misma -por decirlo de un modo suave y fonéticamente ambiguo-, una partida de póker entre tahúres a la que jugamos sin conocer las reglas y sin disponer de las fichas reglamentarias. El juego nos juega: las fichas somos nosotros. Nosotros somos el premio y también el castigo. El fin último y el principio. La banca y, cómo no, la bancarrota. Hubo una vez -o eso dicen- un crupier por alguna parte, pero se marchó y ya nadie lo recuerda. Igual se cambió de bando y está jugando, ahora, a nuestro lado. El juego es un tragaperras de la dignidad. Pura retórica. O el juego es el juego. Y esto es la guerra.

Por eso UPyD tiene, como casi siempre, la razón cuando pide que los imputados dimitan de sus cargos públicos, cesen de sus prebendas y tomen el asendereado camino de los elefantes cuando les llega la hora crepuscular y violácea del último viaje político. Tiene razón y no la tiene. Mejor que dimita antes el director del casino y quién ordenó su construcción y quiénes posibilitan que el maldito tinglado aún se tenga en pie. Para construir hay que demoler primero. Y hacerlo a fondo. Hasta que las ruinas se conviertan en cimientos. Y la existencia de los tahúres deje de tener sentido.

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viernes, agosto 28

espeleología de la urbe

La Telaraña en El Mundo.



Recuerdo el civilizado tránsito ciclista de Ámsterdam, su parsimonia eficaz y amable. También algún que otro ciclista con pinzas en los zahones de mi infancia, en las páginas de Enid Blyton y en el celuloide arruinado por la miseria de las calles de Pekín cuando la revolución cultural, ese juego para clases dirigentes, funcionarios de la guadaña o dómines de la UIB dictando lecciones magistrales sobre toponimia cívica en la UCE de Prada. Aquí al lado.

Por eso, cuando leo que Aina Calvo desea cambiar «el modelo de ciudad» de Palma no sé si reír o llorar. Nunca creí que las urbes tuvieran vida propia, pero sí que hay en ellas algo espectral que las define y diferencia, un ritmo y un aroma que se adhiere a la piel de sus habitantes sin esfumarse nunca del todo. Un desodorante fiel. O un pedrusco cosido en el zapato, y para siempre.

Pero si una sola piedra -aunque sea como la del IGME en la cueva Cronos1- oculta en sus estrías el secreto de diez mil años de cambios climáticos, el flujo de las mareas y el resuello glacial de los siglos y las civilizaciones, habrá que convenir que una ciudad -incluso Palma- ha de contener más enigmas, muchas más líneas -aún vigentes, rotas o abandonadas- de la evolución humana. Esos tesoros tienen algo, o mucho, que ver con nosotros. Convendría evitar que una plaga de carriles bici los sepulte. O no. Hay que dar de comer a los espeleólogos del futuro.

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lunes, agosto 24

el desierto de la cultura

La Telaraña en El Mundo.



No sé qué entienden, nuestras instituciones, por Cultura, aunque tampoco se lo he preguntado. ¿Debería? Quizá, pero no sé muy bien a quién dirigirme. No sé si disiparme, como un rastreador de espejismos, en la selva de conserjerías del Govern, si adentrarme, patético, en el dédalo de espejos -aquí las mutaciones logran su efecto más espectral- del Consell o si perder la marea del aliento en alguna de las múltiples instancias de Cort. El mismo lugar se repite como la arena de un desierto o la sangre generosa de una herida. Se repite hasta anularse. O reverbera como un eco hasta alcanzar el silencio del vacío. ¿Hay alguien ahí?

Parece que no. Las estadísticas revelan que la gestión cultural en las Islas está huérfana de postulantes, que no damos la talla estatal, que nuestros organizadores de eventos andan más perdidos que un turista noctívago en la noche inigualable de Son Gotleu.

Quedan, eso sí, las anécdotas. El café elevado a la calaña de botellón de la OCB. Los 40 subsidios del IEB. Prada. IRL. IB3. Can Prunera. La refulgente ascensión y caída de algunos consorcios. Será que hay que apurar el presupuesto y asumir que, en su báscula, no caben la búsqueda ni el hallazgo solitarios, más allá de su trasluz contable: un alijo de sombras como losas retorcidas, un agua muerta donde sólo se refleja lo que carece de sustancia. Lo superfluo. Lo inútil. La cultura oficial. La ignorancia.

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sábado, agosto 22

fútbol es fútbol

La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Está de acuerdo con Gregorio Manzano en que debe ser el entrenador quien fiche y no el propietario del Real Mallorca?



, pero la digresión carecería de sentido si no la ubicásemos, desde el principio, correctamente. No estamos hablando de política ni de economía. No estamos hablando de mediocridad contable, de física o química nacionalista -ese sulfúrico vacío- ni de los mecanismos automáticos de la división del trabajo y de la universalidad de la usura. Tampoco de sociología o paleontología tribal. No hablamos de arquetipos reciclables de sexo, raza o lengua. ¿Qué lengua? No hablamos de violencia de género, ese caos gramatical, ni de reconstrucción social, esa tierna utopía. No hablamos de cultura, arte o subvenciones. Tampoco de la insostenible corrupción o de las modas pasajeras que convierten a cualquier gilipollas en el joker de la modernidad. No. Estamos hablando de algo mucho más importante. Estamos hablando de fútbol. Casi nada.

El poder, siempre fiel a su marmórea estructura piramidal, suele empezar a tambalearse cuando le alcanza de lleno el difuso terremoto de la pasión y, entonces, su centro de gravedad -siempre lo más a ras del suelo posible- empieza a revolotear de aquí para allá, de cántico en cántico, de grada en grada y hasta de alarido en alarido. No se celebra el éxito irrepetible, pero repetido, de un gol sólo porque el balón haya volatizado las redes, no. Nos tiene, además, que helar el corazón, fumigar el cerebro, enervar la sangre. Nos tiene que enloquecer, siquiera un momento. Un instante donde nada importa salvo el trastorno.

El problema es que de la realidad al deseo (de la realidad de las cosas a la realidad del deseo) suele mediar un largo trecho, un hondo desfiladero por donde se pervierten los sentidos y se mediatiza lo poco de libre y auténtico que aún nos queda: la ilusión, la lujuria y pasión intermitentes, la naturaleza humana y animal, demasiado humana y demasiado animal, del hombre y la mujer. Todo lo demás son boberías.

Y aquí es dónde empieza el juego. Gregorio Manzano tiene todo el derecho del mundo a exigirle a la propiedad -esa entelequia que, en el mejor de los casos, y no siempre, lo único que posee es la vulgaridad del dinero- la materia prima exacta que necesita para sacar adelante el equipo de sus sueños. Y procurar, además, que sus sueños coincidan con los nuestros. Porque si no es así, la afición volcará sus pañuelos blancos de guerra contra el circunspecto palco. Y se habrá acabado lo que se daba.

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viernes, agosto 21

«Vuelva usted mañana»

La Telaraña en El Mundo.




Me sumo a la cola del paro -radial y ubicua, inmóvil, tensa- sin expectativa alguna de alcanzar el sombrío éxtasis -literario, kafkiano- del demoledor «Vuelva usted mañana». Mañana no existe. Me sumo a su aire desencantado, a su fiebre cincelada a base de plazos de usura, a su agónico viaje a ninguna parte. No nos espera el paraíso. Sus bulevares no existen y sus sombras cautivas destilan un aire extraviado a esperanza rota, ese juego de niños que aún no se saben huérfanos. Quizá sea mejor así.

Me sumo al baile de las fechas y cifras como si el andamiaje de la burocracia fuera algo más que una parodia. No lo es. Acaba de entrar en vigor una ley del Govern que nos permite acudir -en su caso- hasta los mismísimos tribunales de Justicia en busca del mínimo sustento, del techo digno y la fría resolución matemática de la supervivencia. Quizá el calor humano se esconda ahora bajo las togas y los birretes. Bajo las vendas ciegas -y la herida incurable- de la equidad, esa conjura. Todo resulta raro. Muy raro.

Tanto, que ahora el Govern planea recomprar lo que malvendió, Can Domenge. No es un mal lugar para sepultar las colas del paro y acoger a los desahuciados, para repartir víveres y manuales bilingües y reciclables de últimos auxilios. Ya sólo falta que -como hace Calvo antes de no hacer nada- Antich y su corte encarguen a la UIB un sofisticado estudio de viabilidad. Estamos salvados.

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lunes, agosto 17

de silicio o silicona


La Telaraña en El Mundo.




No sé si Antich -y su pléyade de adjuntos en una reciente reunión con el Superministro de Industria, Turismo y Comercio, Miguel Sebastián; a saber: Mesquida, Socias, Armengol, Nájera, Miquel Nadal, Thomàs y Galmés (ya ven, la plana mayor del «star system»)- distinguen, con propiedad, entre el silicio y la silicona.

Lo digo porque andan empeñados en convertir Mallorca en un nuevo «Silicon Valley», donde florezca la ecuación aquella de la I+D+i a lomos de Microsoft, la modernización de la oferta turística y la cábala entre las empresas y la UIB: la broma del ciberplagio. Lo malo es que para el turismo parece más útil la silicona que el silicio. Más doméstica y moldeable, más exuberante y si las cosas siguen yendo a peor, mucho más explosiva. Pero igual es que hablan de turismo virtual. O de un universo de avatares en tres o cuatro dimensiones. La vida como holograma tiene mucho futuro. Y demasiado presente.

Por eso, y por si acaso, llevo ya unas semanas escribiendo mis líneas desde las entrañas del nuevo Windows 7. Es rápido, estable y no muestra, por ahora, ninguna afición a las célebres pantallas azules de la muerte. Pero tiene un problema. Es todo lo contrario del software libre que tanto alababan, antaño, el Bloc y otros partidos del espectro -nunca mejor dicho- nacionalista. A cambio, se puede poner hasta en catalán. Todo un lujo, aunque yo lo tengo en euskera. Faltaría más.

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sábado, agosto 15

versiones y diversiones

La respuesta a la pregunta de El Mundo: ¿Cree que el juez tiene que llamar a Matas por el ‘caso Palma Arena' tras haberse ofrecido a colaborar con la justicia?



No. Las obras de arte no deben ser explicadas -nunca, jamás- por su propio autor, sino tan sólo -y con reservas- por los que bucean en ellas buscando no se sabe con exactitud qué valiosos tesoros sumergidos, qué abisales experiencias, qué liturgias o, incluso, qué fenómenos más o menos paranormales las embargan. O nos embargan, que viene a ser lo mismo, sin serlo. Se trata, pues, de aproximarse con cautela al bestiario inabarcable de todo cuanto es capaz, aún, de seducirnos, que no es poco: quizá nuestra otra cara, su perfil rasgado, íntimo y perverso, el precario equilibrio de la belleza, su insostenible mirada, los ángulos en fuga de la simetría o -por qué no- hasta el fascinante hedor de la repulsión y la podredumbre.

Explicar el caos -y más si es el propio caos, el que administramos como regentes únicos- sólo puede considerarse como un alarde de frivolidad y un fracasado ejercicio de estilo, como una concesión al estúpido psicoanálisis y a la más que estúpida -necia, ruin, mentecata- autoayuda. Un acto, en definitiva, contra natura.

Así las cosas, perfiladas desde el interior siempre aireado, aunque no lo parezca, de los pozos sin fondo de la ironía y, acaso, del sarcasmo, está clarísimo que el juez José Castro tiene ante sí un dilema del que no sabemos si sabrá o podrá salir. Si Jaume Matas le ofrece declarar, formalmente, sin entrar -faltaría más- en detalles concretos de las contrataciones, está obligado, por una parte, a llamarle y por la otra, a no hacer ningún caso a su cargada batería de razones y sinrazones, de versiones y diversiones, de realidad pasada por el túrmix de las instituciones, de las idas y venidas por el lado oscuro y salvaje de la existencia, la vía nebulosa de la memoria donde nada es lo que es y todo se resume en un diagrama absurdo e irreal, político, de flujos enloquecidos de capital, siempre fluctuante y fugaz. Un lugar peligroso.

¿Qué podemos hacer? Aina Calvo ha inundado la ciudad de carriles bici, pero esto es sólo el principio y, ya que el Palma Arena no sirve como velódromo, lo mejor será buscarle otra utilidad. Tampoco vale como Auditórium. Su sonoridad es pobre. Quizá podríamos reconvertirlo en albergue para marginados y transeúntes o, mejor aún, en hospital de campaña (y más si arrecia la gripe). Al menos, así, Son Dureta no estaría tan colapsada ni Son Espases tan lejos y en el aire. Por ejemplo.

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viernes, agosto 14

quejarse de oficio

La Telaraña en El Mundo.



La queja -como un sarpullido- ha ocupado la vida pública como si fuera lo más normal del mundo. Lo es. Siempre fuimos de quejido en quejido como si a una fractura se le sumara otra y así el cuerpo y el alma se nos rajasen con lentitud, que es como más duele. O eso dicen. Pero las quejas actuales no son para los adentros, más o menos resignados y ocultos, sino para la exhibición y el trueque, el agravio comparativo, la ubicua vigilia de los que nos vigilan. Sí. Nos vigilan.

Nos vigila Interior, la Fiscalía, Tráfico, Salud, Igualdad, la SGAE, Sostenibilidad, Memoria Histórica y, sobre todo, las Direcciones marciales de Política Lingüística de los gobiernos que, como el balear, auscultan el paisaje desde su campanario aéreo como si el paisaje en llamas -nobleza obliga- fuese una prórroga de sus dominios, un patio donde forjar sus antojos. Hoy normalizo el nombre de esta calle. Pongo a dieta a las vacas, que es muy antitaurino. Esposo y exhibo a unos peritos en dilapidar lo ajeno (mal hecho: con unas argollas oxidadas y una negra bola de plomo en el tobillo la parodia hubiera sido más creíble). Hoy, en fin, tampoco hago nada.

Pero quejarse sirve de poco. Mejor sería que la gente se responsabilizara, voluntariamente, de sus actos. De sus aciertos y errores. Lástima que esa dialéctica -ni histórica ni materialista, sino al revés- no se enseñe en universidad alguna. Ni siquiera en la UIB.

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lunes, agosto 10

el progresismo atávico


La Telaraña en El Mundo.



A estas alturas -lo más a ras del suelo posible- ignoro si la realidad existe sólo porque hay que darle algún crédito -aunque fugaz- a nuestros excitados sentidos o si porque, en definitiva, los espejismos nos agrietan la voz desde el inicio y no nos queda más remedio que nombrar y renombrar el mundo, los objetos y hasta las personas, como si realmente existieran y, además, fueran de una forma exacta y no de otra, y así, tras la extraña composición de lugar, el mundo (y los objetos y hasta las personas) pudieran, de algún modo, mejorar y convertirse en otras, acaso más amables, civilizadas o salvajes. Más distintas. Menos iguales. Otras. O, al fin -pues adoro los viajes circulares-, en las que siempre fueron, sin llegar a serlo del todo.

Viene lo anterior, no por Leonard Cohen -banda sonora ubicua de mi lujuria y tristeza- sino porque a la idea de Aina Calvo de admitir terrazas en La Rambla le ha salido Nanda Ramon con la peregrina tesis de que eso no es hacer una política progresista de ocupación de la vía pública. No sé dónde poner las comillas ni cómo disimular el asombrado rostro. La dialéctica de las carcajadas.

Tampoco sé qué entienden nuestros nacionalistas por progresismo. Les atan excesivas servidumbres atávicas y una rancia preconcepción del universo. Pero se lo diré muy claro. El progresismo es lo opuesto a la estupidez. Con eso debiera de bastar, pero no. Qué lástima.

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sábado, agosto 8

Doce hombres sin piedad

La respuesta a la pregunta del sábado en El Mundo: ¿Cree acertado mantener en prisión a los imputados en el caso Palma Arena?




Sí. Decía Georges Bataille que «El espíritu más alejado de la virilidad necesaria para unir la violencia y la conciencia es el de la síntesis». La cita no es ningún capricho ocioso ni un simulacro verbal ni un escorzo teñido de veleidad. Tampoco es un exceso, ni una apostilla, un arabesco con ínfulas de erudición o una referencia elíptica. Es, tan sólo, lo que sería la pura verdad si, de alguna manera, en algún caso, bajo no se sabe qué extraordinarias circunstancias y sorprendentes revelaciones, la verdad pudiera ser pura. Pero no puede serlo. No lo es. ¿Por qué habría de serlo? ¿Hay algo puro en esta vida? Más bien todo lo contrario.

Así, la Verdad, ese filo enrojecido por la pasión o mutilado por la indiferencia, tiene vuelo y entereza propias, nos roza con sus alas y nos fascina o repele, según le apetece, con la representación parcial y tendenciosa de sus diagramas. Ahora la veo revolotear entre nosotros y desaparecer rauda, como tras un suspiro. La siento cerca y luego lejana. La sé mía y, a la vez, de otros. Percibo su calor y también su desdén, su frío paradójico de cortesana astuta, su aliento sobornable de ninfa, su perfil difícil de puta increíblemente hermosa, de inaccesible y cruel espejismo.

Pero hoy toca hablar de la Justicia como si tuviera algo que ver con la verdad. No es así. La Justicia -que es un Diosa antigua pero también anciana, mercantil, fatua, decrépita, solemne, prosaica, firme y azarosa; en definitiva, la síntesis perfecta de un mayúsculo altercado entre la realidad y el deseo- ha de velar para que, a través de las mitológicas vendas que cubren sus ojos, el fiel de la balanza se mantenga en perfecto equilibrio. Pero no sé yo si tanta oscuridad o claroscuro, tanta ceguera o visión parcial y sesgada, tanto enredo y disparidad de criterios pueden, en realidad, garantizar nada.

Los jueces han abierto los calabozos a buena parte del antiguo equipo de Matas. No le pasó lo mismo al siempre bien uniformado equipo de Munar ni le pasará, de momento, a los de Antich, Barceló, Llauger o Lladó. Tantos equipos auguran una gran cita olímpica. Para esclarecerla -es un por decir- los convocaría a todos -pero a todos- con sus respectivos jefes en el Palma Arena. Y que empiecen los juegos. Y que doce hombres y mujeres sin piedad les juzguen. Lo difícil será encontrar a esos doce valientes. ¿Por dónde andarán? Igual ni existen.

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viernes, agosto 7

el juego de las paradojas

La Telaraña en El Mundo.


Palma, en verano, oscila entre el desierto de la sabana y la sábana de la siesta. Así, la flora es pobre, las sombras parcas y las fuentes, una utopía. La siesta, al revés, es gloriosa, eterna, un inciso en el que el mundo exterior -inmóvil y ausente- y el interior -travieso, pero frágil- se confunden como en un oasis. Si la vida es un sueño -y si no lo es, es algo peor-, soñarlo es lo único que nos queda. Auscultar su pesadilla. Enfrentarla.

No es fácil, lo sé. Hay que jugar con las paradojas y convenir, por ejemplo, que si Pedro Serra desmantela Es Baluard crecen las esperanzas de que Cristina Ros lo convierta, al fin, en un museo. O más aún, que si el Supremo paraliza Son Espases aumentan las posibilidades de su conclusión. La realidad es un equívoco, una mutación, un trivial donde las réplicas marcadas ya no valen. Toca espabilar.

¿Alguien puede, por ejemplo, concebir las Ramblas de Barcelona sin sus kioscos de prensa y su pléyade de terrazas? Quizá no, pero mejor mirar mucho más cerca. Mirarse a fondo, aunque duela. Y duele que en la Rambla y el Borne de Palma no haya ni un kiosco ni una glorieta donde hojear los diarios y distraer la fatiga. Lo primero no parece remediable. Lo segundo, sí, aunque ya en septiembre y con un horario sujeto al estrafalario monopolio coral de las floristerías. Algo es algo. Un quiero y no puedo. O un no sé qué hacer, uno más, de Aina Calvo. Claro.

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lunes, agosto 3

réquiem de agosto



La Telaraña en El Mundo.




Recién acaba de empezar agosto y ya no deseo sino deslizarme, cuanto antes, por las tierras húmedas y aún amarillas de septiembre o los atardeceres desmayados y exiguos de octubre. Pero el tiempo es el que es y se empeña en repetir sus ciclos como en un simulacro espléndido y veraz de viaje a ninguna parte. Un viaje circular donde las estaciones las marcamos con tinta roja. A veces con sangre y, a veces, con lápiz de labios. Alguna muerte -como siempre- imprevista. O el recuerdo de algún beso improbable. Mejor aún, imposible.

La muerte -al contrario del beso que, aquí y ahora, archivo- no tiene nada de extraordinaria. Sucede a menudo, de forma constante y puntual como en un espectáculo obsesivo al que nunca le faltan espectadores. La muerte es puro teatro, que requiere del aplauso o el abucheo del público. Que exige complicidad con el dolor y ternura para con la pérdida. La muerte exige vida desde la que medir su hondo desplome, su voluptuosa y terrorífica última sonrisa.

Acaba de empezar agosto y, recién salidos del luto oficial, es hora de aclararse las retinas y de regresar al mundo con la inocencia de costumbre. Quizá por eso me he dejado atrapar por un cínico artículo -en e-noticies.cat- sobre la supuesta catalanofobia de algunos ilustres escritores hispanos: Quevedo, Unamuno, Baroja, Maura o Aleixandre. Hay que ver cómo mienten y cuánto tergiversan estos bellacos. Cómo y cuánto.




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domingo, agosto 2

malestar en la (in)cultura

Hoy quiero agradecerle, muy mucho, a Francisco Fuster que haya dedicado una entrada de su blog a mi libro El Bálsamo de la Indiferencia. Este el enlace.

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sábado, agosto 1

la economía del horror


La respuesta al debate del sábado en El Mundo: ¿Cree que la banda ETA cuenta con apoyo logístico en Mallorca?




Sí. Aunque pareciera, desde siempre, que el terrorismo nos pillaba muy lejos y a trasmano: algo así como una especie exótica de barbarie circunscrita al escaparate exhibicionista y terapéutico de las televisiones y prensas o a la necrológica envejecida y pálida del sentido común; lo cierto es que, día a día, han ido desapareciendo las distancias y menguando los sutiles lindes entre el terreno virgen, el acotado y también el protegido -salvo allí donde los vergonzosos pactos de Carod-Rovira siguen vigentes, claro- y así el paraíso y los infiernos se entremezclan y superponen, comparten su mismo veneno, su sabor a muerte irracional, su lluvia ácida de odio, su dialéctica abrasada de simplismo y pólvora, de comercio subterráneo, de instinto de secta o mafia, de herencia bastarda, de nacionalismo territorial y lingüístico como pretexto y viaje al vacío, al limbo -esa sala de espera sin esperanza-, a la inmersión, a la libertad bajo alerta, a la intemperie, al camposanto, al polvo, a la nada.

Pero antes que los cuerpos, mucho antes, murieron las ideas. Las ideas mueren fácil y sin dejar rastro alguno: quedan, eso sí, algunas frases sueltas, algún tópico, algún escorzo verbal, alguna soflama, muchas consignas y banderas y banderías, mucho eslogan cara al sol, mucha sandez y caos callejero y violencia hormonal, mucho alboroto y poco más. Un asco.

Aquí no cabe, pues, más logística que la de la economía sumergida, la corrupción y los intereses inconfesables. La economía del horror. La lógica brutal del desespero: ese trabajo remunerado como otro cualquiera en estos tiempos de civilizaciones en crisis o quizá en alianza -que es lo mismo-, de luto, de vergüenza, de infinita tristeza sin más lenguaje que las ondas expansivas de las explosiones y luego, finalmente, el silencio. Poca cosa.

O no tan poca. Porque sigue siendo, aún, un gran problema. Todo un entramado. Quizá un montaje selecto. Una reunión de células enfermas en un organismo ajeno. Un principio de cáncer. Algo que hay que extirpar con urgencia. Las conexiones de ETA en Mallorca existen aunque sea, por supuesto, en la sombra callada de la ficción y en el espectro más astroso del nacionalismo local. Yo no les veo, a nuestros nacionalistas, con la dinamita en las manos. Más me parece cuestión de dinero y delincuencia internacional. Pero eso habrá de rastrearlo la policía y no yo. Por supuesto.

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