En
Club De Poesía.
Ahí, también, podéis leer la magnífica
entrevista que me hizo Alberto Gómez y este mismo fragmento de Los Lugares del Sitio -en concreto, del poema La Ciudad Sitiada- que reproduzco a continuación:
Cada instante es único y su soledad nos agobia.
Errante en las arterias el veneno
deja su arco de fiebre y sus flechas
en el pulso de esta ciudad rendida
y somnolienta. Pálida larva de fuego.
Nadie tienta la luz bajo sus pórticos
ni esculpe el grito exacto de la escarcha.
El moho de las vendas se adhiere a la piel
y un aluvión de personajes bate
sus colmillos a modo de alianza.
Escribir su historia es asomarse
a la palabra que cae sobre la piedra.
Láminas que se cruzan y son tumbas.
Heridas en los brazos de un suicida.
Sombras sin márgenes en un cuaderno
de páginas estrechas y quebradas.
Inmóviles rumores invisibles.
Hay un ángel de plomo envolviendo
con un velo de almagre las aristas del cuerpo,
el rostro, el paisaje, las entrañas disueltas.
A veces, el silencio y el desencanto,
el temor o la angustia nos transforman
en estatuas de sal. Alrededor no hay nadie,
ni lo hubo nunca; sólo las hojas de los árboles,
que nos sepultan mientras vigilamos,
indiferentes, el vaivén de la marea
–o cualquier otra línea imaginaria–
en busca de raíces y excrementos.
La hora del té no existe. Preferimos
alargar la siesta hasta el anochecer
y permitir que el alba nos sorprenda
apostando frenéticos en un ring de lodo.
—
No hay límites en este juego. Nadie
tiene absolutamente nada que ganar.
Labramos las consignas en los cuerpos
sudorosos. Nos gusta abrir sus llagas
y murmurar sobre la descomposición
de la carne o la ausencia, tal vez, del espíritu;
como si todavía conservásemos
el discurso ilustrado y gigantesco
de las generaciones pasadas. Nos alivia
ver cómo se retuerce la caligrafía ilegible
de nuestros pensamientos. Intentamos
no levantar jamás la vista al cielo.
—
Nos gustaría hacerlo pero sentimos
tanto pánico a la belleza
como respeto a nuestra condición de lisiados.
Parece que el aliento de la Hidra
desdibuja la noche con sus cuchillas de oro.
Pero hoy regreso a las terrazas arrasadas
por bancales de niebla y fuego, en busca
del néctar de algún cuerpo que se parezca
al tuyo. Te conocí de noche, cuando el amanecer
ya era casi imposible y me sabía presa fácil,
légamo púrpura en tus uñas rojas,
y me rondaba el frío azote de la anemia,
su extraña percusión en el pecho, su hormigueo
insoportable en el vientre y en las manos desnudas,
el crujido rotundo en el cuello y el rápido viaje
de las cabezas rodando, el ombligo anudado
y el estertor de la asfixia. Te lo dije y callaste.
O quizá sólo sonreíste admirablemente
sabiendo que el placer siempre es anónimo.
No somos nadie. O sí. Somos Ulises
burlando a Polifemo. Los orgullosos descendientes
de una tribu en viaje hacia el reino del olvido.
Ya hemos llegado, pero preferimos ignorarlo
y fingir que el destino es un lugar inalcanzable.
Nos adornamos con alhajas negras, con túnicas
repletas de ecuaciones científicas y llanto
de algún bisonte herido en la estampida;
bailamos al ritmo único de los timbales
y arañamos la cal del muro, la piedra viva
y finalmente el hueso.
No importa si el vacío nos embriaga.
Brilla un candil, allá muy lejos.
Podría ser una estrella fugaz, una hoguera
o el lugar siniestro de un último combate.
Podría ser la imagen devuelta de la sed
o el clamor de Babel desmoronándose.
…
Etiquetas: Literatura