LA TELARAÑA: octubre 2015

viernes, octubre 30

El golpe de estado


La Telaraña en El Mundo.
 
 El panorama puede no gustarnos, pero es interesante. El órdago de los representantes de la burguesía catalana (de su 3%, especialmente) junto a la izquierda republicana de siempre, bajo la tutela y, sobre todo, la vanguardia de un rabioso grupo antisistema, no tiene desperdicio. Es cierto que el gobierno de Rajoy va repartiendo silencios sin aclararse, pero es que los demás grupos tampoco afinan demasiado.
 Pedro Sánchez, por ejemplo, apuesta por una vaga reforma de la Constitución, pero olvida que lo que quieren los independentistas no cabrá en ninguna constitución que no sea la suya propia. Pablo Iglesias, mientras tanto, juega al fuego cruzado del sí al derecho a decidir y del no a la independencia, lo que no deja de ser un magnífico callejón sin salida. Sólo nos queda, tal vez, la baza de Albert Rivera, que lleva años metido de lleno (y a contracorriente) en la jauría nacionalista y que podría encabezar la mal avenida mayoría constitucional que debe seguir existiendo en este país llamado España. O eso creo.
 Abro el correo y me topo con la propuesta de UPyD de que el Govern balear condene el golpe de estado (sic) en Cataluña. Tanto optimismo constituye una pérdida de tiempo. No cabe pedirle a Biel Barceló que deje de ser nacionalista y hasta independentista catalán, si procede. No cabe pedirle nada a los chicos de Podemos, porque además de no estar en el gobierno, no están en ninguna parte. No cabe pedirle nada a Armengol, porque lo suyo es sólo ostentar el poder y lavarse las manos, de vez en cuando.

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martes, octubre 27

La ecotasa de París


La Telaraña en El Mundo.
 
 Acabo de reservar unas cuantas noches en un hotel de París, para diciembre, que es cuando los puentes se eternizan y podemos recorrer los cincos continentes con sólo saltar de isla en isla y de festivo en festivo, sin más peligro que darse de bruces con alguna pachanga de las elecciones del 20-D o con las propias, en fin, de la Navidad; ya saben, los arbolillos de luces parpadeando sobre la nieve y las hogueras, los gélidos mercadillos de la solidaridad, las colas sombrías de los refugiados, el largo viaje de cada año hasta el lugar donde nos acaban dando las doce campanadas de esa simbólica renovación anual que, sin embargo, nunca acaba de cuajar. Nunca.
 Pero a lo que iba. Además del varapalo de la habitación vamos a tener que pagar, en concepto de impuestos municipales, la cantidad de 2.48 euros por persona y noche. Hago cuentas y resulta un buen pico. Tampoco me consuela que lo llamen impuestos municipales y no ecotasa o cualquier otro grosero eufemismo que nos prometa el cielo de la eficiencia, la justicia o el bienestar social a cambio, tan sólo, de unas pocas monedas.
 No me gustan las justificaciones ni, tampoco, los rodeos conceptuales. Duele que nos tomen por idiotas. El dinero es sólo dinero y si el mundo se empeña en ser una enorme alcancía, lo que hay que hacer es agitarla, por ver si revienta. Mientras tanto, espero que las autoridades parisinas hagan el mejor uso posible de mi peculio, pero si no es así y lo dilapidan en caprichos, me va a dar igual. Me va a fastidiar exactamente lo mismo.
 

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viernes, octubre 23

Regreso al futuro


La Telaraña en El Mundo.
 
 Revivo la asombrosa sucesión de asambleas a las que asistí en las aulas universitarias de Valencia allá por el tobogán de los años setenta, recién muerto Franco, y en pañales la frágil democracia que nos iba a traer, a trancas y barrancas o en volandas, según se mire, hasta donde estamos, aquí y ahora, cuarenta años después, desvalijado, quizá, el cuerpo, pero atento el espíritu, dispersas las filas y decididos a seguir siendo razonablemente libres, pese a los que nos gobiernan con sus fabulaciones ideológicas, históricas o lingüísticas. De todo hay en el retablo de los días.
 Refulge una lágrima sobre un fondo gris de tierra reseca. Unos reflejos asesinados bajo el cielo azul. O plúmbeo. O maniqueo. La terrible sospecha de hallarse en un laberinto de ficción. Nos miramos adentro, entonces, y nos asola la certeza de que no existe el vacío que nos aterra, sino sólo el lenguaje que se nos escapa, porque no lo domamos. Nos desborda. El lenguaje.
 Vuelvo, pues, al escurridizo presente (como si de regreso al futuro, porque ya lo hemos vivido otras veces) y en varios centros de atención primaria y Son Espases los pasquines sobre los muros me ponen al día de las magníficas relaciones que embargan a funcionarios y médicos con Armengol. Pareciera, y casi que me duele el retórico panorama, que el gobierno de la izquierda nacionalista, con la venia de Podemos, sólo diera para rebuscar en las exhumaciones de las fosas ese mismo pasado en que tuvieron, tal vez, ideas gloriosas que ya nadie recuerda. Salvo ellos, ay.

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martes, octubre 20

Euros y pesetas


La Telaraña en El Mundo.

 No hace tanto tiempo (o sí, porque el tiempo pasa rápido y los recuerdos tienden al vapor y al capricho, a la mutación y la deformidad óptica) que, cuando la peseta manejaba nuestras vidas, cien mil pesetas venían a ser la frontera no escrita entre un sueldo aceptable y uno insuficiente. En la actualidad, cuando ya sabemos que la precariedad es el estado natural del ser humano, esos seiscientos euros de antaño se han convertido en unos mil y esa cantidad es, ahora, el nuevo paradigma de una pobreza económica que te va agarrando de los pies como si vivieras sobre arenas movedizas. Mal asunto que te trague la tierra. Casi tan malo como que el cielo se te desplome encima.
 El tiempo podrá, pues, haber pasado deprisa, pero la situación sigue siendo la misma. O peor. Sigue sin ser fácil vivir de la propia vocación y esfuerzo, porque la inmensa mayoría del género humano (al margen de unos pocos ricos, muy ricos, con los que, cíclica y periódicamente, todos queremos ajustar cuentas sin éxito) no hace sino repartirse la miseria a manos llenas. En esas estamos, absolutamente pringados.
 Es entonces que en el vertiginoso «prime time» televisivo de la noche se nos cuelan, de rondón, Albert Rivera y Pablo Iglesias como si estuvieran predestinados a ser los nuevos gestores de tanta miseria. Puede que así sea. Voy del neoliberalismo de uno al marxismo sin acabar de cuajar del otro. Mis preferencias poco importan, porque lo que más me llama la atención, en el fondo, es la singular sonrisa de Jordi Évole. No la soporto.

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viernes, octubre 16

La tempestad interior


La Telaraña en El Mundo.

 Es muy posible, siguiendo a Próspero, el personaje de Shakespeare en «La Tempestad», que estemos hechos de la misma materia de los sueños y que nuestra breve vida cierre su círculo con otro sueño. Este tipo de metáforas, nebulosas y radiales, suelen tener el éxito asegurado, aunque realmente no acaben de decir nada y presuman, sin embargo, de haberlo dicho todo. O casi todo. En efecto, es así que nos vamos acostumbrando al fuego abrasador de la verdad o de la mentira; es así, en definitiva, que nos arrastra el vertiginoso torrente de la duda y nos aproximamos a ese muro final donde nos acabaremos estrellando, porque no nos está permitido ir más allá ni, sobre todo, volver para contarlo.
 A veces, no obstante, me asola el perturbador ánimo caprichoso de algunos recuerdos. De algunos más que otros, aunque no haya forma de saber cuáles son más frágiles y cuáles más obsesivos y hasta, quizá, penetrantes. Son un misterio casi indescifrable, los sueños, como la vida misma.
 En algo así pensaba, días atrás, mientras revisionaba por televisión «La Colmena» de Mario Camus y Camilo José Cela y veía desfilar por la pantalla a casi todos los actores y actrices más o menos importantes o reconocibles de mi propia vida. En algo así pensaba, hace tan sólo un rato, mientras jugaba a ponerle rostro a mis mejores y peores sueños y todos, absolutamente todos, tenían mi mismo rostro y no otro; y yo los miraba a todos como si fuera Narciso a punto de desaparecer en las profundas y tenebrosas aguas de la belleza o del horror.

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martes, octubre 13

12 de octubre


La Telaraña en El Mundo.

 Escribo estas líneas en pleno 12 de octubre. Afuera, el rumor indeciso de la calle me indica que el día avanza despacio, porque es festivo y hay ganas de demorarse en mil y una cosas antes de dejarse engullir por la rutina. Es festivo y observo, a la vez aliviado y cariacontecido, las celdillas vacías de mi agenda y las infinitas bandejas desiertas (del spam y otras publicidades más o menos encubiertas) de mis cuentas de correo electrónico; en efecto, no me han invitado a ninguna recepción real, ningún concierto, ningún desfile.
 No me han invitado a nada, pues, salvo a distraerme con la levedad de las cosas y con el desapego moral que da estar lejos y saberse, en realidad, muy lejos. Como de vuelta de todo, sin ni siquiera haberse movido. O así.
 Debe ser por ello que, igual que no celebro las diadas chiquititas y menores o mínimas del 12 de septiembre o del 31 de diciembre (aquí somos como somos y hasta nos podemos dar el gusto de elegir qué diada nos ha de helar el corazón), tampoco celebraré esta indiscutible Diada de las diadas (si obviamos las de Kim Jong-un, por supuesto) que viene a ser la Fiesta Nacional, también llamada Día de la Raza o de la Hispanidad (también de la hispanidad genocida, según descubro en un nauseabundo libelo de un diario en catalán de las islas). No hay nada como tener nombres y adjetivos al alcance de la mano para ir descubriendo, palmo a palmo, la solidez o la decrepitud del mundo, sus arenas movedizas, sus paraísos sumergidos y sus inmensas llanuras plagadas de espejismos.

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viernes, octubre 9

La conga del Govern


La Telaraña en El Mundo.

 Le han pasado por encima, por debajo o, quizá, de refilón los primeros cien días al nuevo Govern del Pacte y la verdad es que no se les puede juzgar sin perderse por los arrabales metafóricos de lo anecdótico y banal. Resulta, en fin, que todas las promesas de regeneración política y social se han visto reducidas a unas pocas salvas simbólicas donde lo único obvio es la perseverante y ruidosa levedad del ser. Del querer ser lo que no se acaba de ser, en este caso.
 De momento, nos quedamos sin toros y sin la “España rancia” que representan. Es bueno librarse de este tipo de estigmas. Nos ganaremos la ecotasa y, con ella, el cielo turístico de la excelencia. O así. A cambio, perderemos el monolito de Sa Feixina, el inglés en las aulas y hasta el poco castellano que aún nos quedaba, pero no pasa nada. Siempre se regresa al lugar donde se fue feliz.
 Con todo, el Govern está en buena forma física. Da gusto verles bailando la conga a la salida del Parlament como si fueran unos colegiales celebrando, quizá, el examen de sus vidas; en efecto, habían derogado la Ley de Símbolos, que viene a ser algo así como derogar la ley más inútil y redundante del mundo. Si la libertad de expresión se resume en poder airear, en lugares públicos, las señeras, las camisetas y hasta las banderas de otros países, tiempos y repúblicas, lo cierto es que la euforia de sus valedores sólo puede traslucir el peor y más barriobajero de los ánimos, el de revancha. Hasta que se les pase, mejor que sigan bailando y que no paren, por favor.

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martes, octubre 6

El nacionalismo


La Telaraña en El Mundo.
 
 Hay ideologías que, de tan infecciosas, acaban resultándonos familiares. Se transmiten por proximidad y casi sin esfuerzo; dejándose vencer, pues, por la desidia o la inercia que parecen venir de serie en el código cifrado del arsenal biológico, en la lista vacía de la inteligencia, en el arcén endogámico donde se congelan las pulsaciones y se arremolina la niebla. Con todo, no hace falta pensar mucho para edificar un cobertizo sostenible alrededor nuestro y recrearnos, así, en los espejos deformes de la miopía o el narcisismo.
 Llevamos desde siempre padeciendo la lacra del nacionalismo y su camaleónica ceguera, adaptada a la realidad cultural de cada instante. Es como si lo nuestro (convertido en bagaje y unidad de destino) viajara a través del tiempo sirviéndonos, a la vez, de medio de transporte y bandera; de blasón en llamas con el que identificar nuestra pureza frente al infierno contaminado de los otros. Ah, los otros.
 Así las cosas, uno observa el paisaje y advierte el nacionalismo nuclear del PSM de Barceló con cierto hastío. Son pocos o muy pocos, pero su insignificancia se convierte en otra cosa al observar el rastro de su infección. Están en esa cola de infectos el PSIB de Armengol y también el PI de no recuerdo ahora quién. Les atienden, tan solícitas como ubicuas, las huestes de la OCB. Les apoyan las cúpulas piramidales e ilustradas de la UIB. Les jalean los coros y danzas de la Assamblea de Docents y su ruidosa marcha verde. Con este panorama no sé si reír o llorar y seguir escribiendo.

 

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viernes, octubre 2

El ardor o la vida


La Telaraña en El Mundo.
 
 Aunque no voy a desgranar ningún catálogo de disquisiciones normativas (ya sean sociales, jurídicas o sólo biológicas) lo cierto es que para gobernar hace falta algo más que la flexibilidad metafórica del junco. Hace falta mucho más. No se puede gobernar la realidad sin ser, ante todo, absolutamente respetuosos con ella. Con ella, como con nosotros mismos.
 Se trata, pues, de saber ser indulgente hasta donde no serlo es inútil. Se trata, también, de saber limarle asperezas y aristas sin que nos duelan prendas ni tampoco anillos o alianzas; de abrirle hasta las entrañas por ver si en su interior late la vida o la muerte, esa especie de obra perfecta que no existe y que sólo se manifiesta en la suma inabarcable de nuestras imperfecciones: ese recurrente dibujo del paraíso perdido en que vivimos, porque aquí nos desterraron. Así de fácil.
 Luego uno observa el ánimo coercitivo, lerdo y hostil de nuestro Govern en funciones (nuestro Govern siempre está en funciones) y cae en la cuenta, por ejemplo, de que ya no puede ni alquilar, cuando le place, su propio apartamento, sin pagar el caprichoso peaje de algún plan turístico de orden superior. Lo único que el Govern conseguirá con tanta prohibición es que nos acaben maravillando los estúpidos monolitos de la concordia (y hasta el horror de los cosos taurinos) tan sólo porque nos fascina el antiguo resplandor del fuego en el que estos pirómanos iletrados están inmolando la libertad y la cultura. ¿Cómo explicarles que el ardor o la vida están siempre del otro lado?
 

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