LA TELARAÑA: octubre 2018

martes, octubre 16

Los espacios interiores de Cristóbal Serra


Rescato del álbum de los recortes la entrevista completa que le realicé a Cristóbal Serra en 1983 en El Día de Mallorca.




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viernes, octubre 12

De playas y torrentes


La Telaraña en El Mundo.





 He soñado con gigantescas olas de agua verde, gris, sanguinolenta. He soñado con enormes remolinos de lodo, verticales hasta el amarillo inquieto y mezquino del cielo y profundos hasta la oscuridad inimaginable del ojo negro y demacrado de la tierra abierta en canal, persiguiéndome calle Olmos abajo hasta la Rambla y aún más allá, hasta las terrazas infinitas del Borne, el Paseo Marítimo, los muelles donde los marineros tendían al sol sus redes heridas de sal y muerte, el mar salpicado de ebriedad y espuma, de botes de madera y yates de plástico, el horizonte azul cobalto negro del miedo -qué negro el azul del miedo, negro, diríamos, parafraseando a Juan Ramón Jiménez- sin más arco iris que el telón oscuro de una función que siempre se acaba, siempre, cuando menos lo deseamos. Parece que el tiempo nos mide a todos por igual y esa viejísima injusticia la pagamos también todos. Qué catástrofe.
 He soñado con los puentes desbordados de la Riera mientras los zombis (aquí el delirio, lo reconozco, ya era mayúsculo) atravesaban vertiginosamente la ciudad hasta el puente de los candados, donde el Paseo Mallorca pierde su nombre y las murallas de Es Baluard (es cierto, en el Museo los zombis parecen sentirse como en casa, pero el espejismo no dura demasiado) chirrían, crujen y, al fin, ceden al empuje de las aguas, las riadas de ropa tendida, arte y lava, las columnas de coches vacíos o quizá llenos: cada uno y cada cual con su soledad y su quimera en su propio coche, auscultando la vida de los otros y la propia a través de los cristales rotos y empañados: la vida que se va y cesa, la vida que mengua y decae por el sumidero hasta el mar que es morir. Sigue siéndolo.
 Al despertar, el dinosaurio seguía ahí y yo rebuscaba entre los restos del naufragio algún libro, algún cuadro, alguna metáfora, al menos, que salvar y no había nada, absolutamente nada, en las estanterías del alma (por no hablar de las del cuerpo) y el hombre del tiempo rebuscaba una y otra vez en las imágenes del satélite para explicarnos las razones por las que no debe construirse jamás en el lecho hambriento de los torrentes; y alguien me llamó, entonces, por teléfono (hoy es 12 de Octubre, la Hispanidad, la Raza o, mucho mejor, la Constitución del 78, y no sé muy bien quién hace fiesta, si todos o si sólo unos cuántos) para hablarme de la crisis y darme una muy mala noticia, otra más, y yo me quedé en silencio y me encogí de hombros y me dije que hay que seguir adelante, porque la vida es sólo un sueño y nuestros sueños empiezan siempre igual que acaban, en el mismo lugar: las playas de nuestra infancia ya no existen (y la de mi infancia era un torrente en Cala Blava) pero nosotros seguiremos chapoteando (y escribiendo, por supuesto) en ellas, pese a todo.

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viernes, octubre 5

La convivencia


La Telaraña en El Mundo.





 Cuando un grupo significativo de personas decide, no importa mucho por qué, porque siempre es por algún tema heredado, vivir juntas (agitadas, pero no revueltas, como debe ser) en un mismo territorio, lo primordial es alcanzar entre todos una forma de convivencia que merezca la pena defender y, sobre todo, tomarse muy en serio. A la postre, somos como vivimos y nos convendría muy mucho, desde luego, vivir tal y como desearíamos vivir: exactamente y no de otro modo. Hay un enemigo que es también el único aliado formidable de la vida al que, para bien o para mal, siempre hay que hacer caso: el deseo.
 Andamos solos y casi que iluminados o perdidos, sin embargo. O de dos en dos y detrás la prole, hipócrita y semejante, locuaz y tumultuosa. Prescindimos, mientras tanto, de toda la engorrosa parafernalia conceptual y administrativa al uso y al abuso y decidimos que no vale la pena perder los nervios por conceptos tan discutibles y rancios como nación o estado, región, provincia o, quizá, disparate; quiero decir, comunidad autónoma. Que sólo nos interesa, en fin, la convivencia: el ir y venir de las opiniones, el correr satisfecho de las necesidades, el instante final -esa continuidad que jamás se detiene- de la paz con uno mismo y así con todos. No es nada fácil, en efecto, instalarse en las atalayas solitarias del pensamiento cuando lo que nos hierve es la savia febril del mundo y la carne, del demonio y las laboriosas hormigas obreras (que somos) intentando construir el mundo con las manos (quizá escribiendo o a martillazos, qué ilusos) sin morir en el intento. Con la muerte no solemos contar, es cierto, y ese fallo imperdonable nos descuenta luego casi todo lo que creímos haber logrado. Nada nuevo bajo el sol.
 Pero aún y así se suceden los días y hasta las ciudades (esa penúltima simplificación de la convivencia a la que tanto valor solemos conceder, al menos sentimentalmente) se nos acaban deshaciendo entre las arrugas de la palma de la mano y sólo nos quedan, si acaso, algunos barrios telúricos sin destruir y un par excelso de calles que asendereamos como si fueran el universo entero y la vida consistiera en recorrerlas hasta la extenuación, hasta el aburrimiento, hasta la sonrisa o el éxtasis, hasta el orgasmo.
 Luego, al salir del espejo, nos enfrentamos a la otra realidad. La de bastantes colegios públicos en Mallorca: nuestros hijos enarbolando banderas separatistas y pancartas, nuestros hijos convertidos en militantes inconscientes del odio y el revanchismo ajenos, en víctimas inocentes de la manipulación ideológica, del racismo y la captación lingüística, de toda la escoria conceptual, en resumen, que no cabe de ninguna manera en esa convivencia ejemplar de la que iba esta columna y sigue yendo.



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